Los pobres surgen a la superficie social cada vez que la impiedad pública y privada les arrincona. Son muchos los casos de indigentes que se presentan en la televisión, atrayendo las miradas de los misericordiosos de todas partes del país. La llamada a la compasión encuentra eco en el corazón de hombres y mujeres que tienen el corazón blandito y cooperan de manera admirable.
Los carentes de bienes aumentan cada día y mantienen su estatus al rescoldo de otros que pasan por las inclemencias económicas. Hay pobres de espíritu, más pelaos que un chucho, simuladores de lo poco. Cada día se organizan nuevas agrupaciones que claman por un techo, por alimentos, por una acción benéfica que les capacite vivir en medio de los abastos económicos.
Con el oleaje del individualismo y la lejanía, se agotan los medios oportunos para hacer causa común con los pobres. Cada cual en su sitio, mirando y dejando pasar, crece la pobreza del alma y del cuerpo. La solidaridad se diluye y los rescatadores pierden su norte y su agenda. Falta un nosotros podemos que propicie autoestima y anhelos de que el progreso económico y social no sea una ilusión, o caiga como la bolsa de valores dejando atrás discusiones y opiniones.
Todos a una, debería ser la versión moderna de las comunidades en desventajas. Enfrentar la necesidad de riqueza de todos es asegurar el mañana de ganancias humanas y espirituales. Las ideas y las aportaciones redundan en un beneficio común, en una lotería de todos los días. El desvelo porque los demás tengan su ración y su cobija, es como un suero que los alimenta a todos y nos refuerza para no decaer en el compromiso adquirido comunitariamente.
Tratar de adherirse a solo unos esfuerzos de cuando se es joven y fuerte, contradice la vulnerabilidad de las personas mayores que sienten la debilidad maltratando sus huesos y sus sentimientos. Sentir que se puede dominar la vida desde los años mozos y no acordarse de los frágiles implica un soslayar la ética y la ley de Dios que nos manda a dar la mano al pobre y al caído.
Ante el desafío social, hay que acogerse a la misericordia de Dios enarbolando la reciprocidad y la solidaridad. El mundo suspira por una amplitud del amor consagrado, de la verdad como hilo conductor y la participación como asequibilidad vecinal.