Se agudiza la pobreza en el País y se abre cauce al lamento borincano. Los muchos, los que se aglomeran en la esperanza, son colocada en su hábitat con sus mascarillas y sus normas restrictivas. En una pequeña casa los niños viven su hacinamiento y su lenguaje de señas. Hacen lo que pueden, el espacio es limitante, el alimento poco.
La riqueza de algunos se mantiene intacta en su emancipación bancaria y su cercanía con los hospitales y restaurantes. Acá, en los sectores pobres, se agudiza la preocupación, se llora en soledad, se vive al rescoldo de la Providencia Divina. Niños, jóvenes y adultos balancean su futuro en el que será de Borinquén tan real y vivo, tan consignado por Rafael Hernández, nuestro bardo.
Se habla desde la otra orilla de la pobreza, pero no se parte el pan con justicia y verdad. No es lo mismo dictar normas y leyes que servirlas en la mesa del pobre al lado de sus carestías mayores. Existe el camino expedito y el otro que es angosto, un viacrucis de penurias y luchas con las aseguradoras de salud, con las agencias de gobierno, con la burocracia que no se harta con nada.
Los pobres tienen que hacer de tripas corazones para alcanzar un favor gubernamental y así poder dar un pasito para no entregarse al insomnio y a las preocupaciones. La súplica, el lloraito van de mano al tener que enfrentarse a las disposiciones gubernamentales. Existe una gran distancia entre pobres y el renglón oficial, un vacío de honestidad que desmerece el deseo de ayudar y servir.
Las distancias sociales aíslan y esconden el proceso de devastación mental que crea sus ilusiones y sus arbitrariedades. Repetir lo mismo, defender ideas trasnochadas, tratar temas dispares, se convierte en una verdad raquítica, en un cataplasma de curaciones que no curan, que enferman y debilitan. La televisión ejerce una atracción única y las telenovelas se convierten en dosis diarias para alegrar la imaginación y hacer acopio de los rostros turcos.
Debe ser una gran preocupación el estilo de vida y la soledad acompañante de nuestras familias pobres y necesitadas de los afectos humanos y sociales. La abstracción perenne de esos ambientes particulares lleva a muchos a perderse en elucubraciones de oficina, son el toque real y efectivo. Se piensa que con la ayuda económica se resuelve todo, dejando intacto el llanto interior, la desesperanza.
Los efectos de la pobreza económica se reflejan en cada detalle, es el llanto que viaja por dentro. Dar cátedra de todo somos hermanos e iluminar desde el servicio contribuyen a pagar la deuda que tienen los hermanos que viven al borde de las súplicas irracionales. Las compuertas de la abundancia deben abrirse para todos, especialmente para los que más sufren durante esta pandemia.
Hay nostalgia por un ayer de abrazos vecinales, de intercambio de bienes, de expresiones sutiles del buen vecindario. Había pobreza, pero la reciprocidad hacia la diferencia. El trueque de bienes y bondades era una lotería. En la vida y en la muerte, los vecinos repartían de su riqueza que era su ferviente mirada y su pequeño óbolo de cariño y amor.
P. Efraín Zabala
Editor