Se vive el exilio de la pandemia y se hace hincapié en la ciencia como única estrategia de lograr la salud atrofiada. Todo esfuerzo humano, si es verdadero y útil, está avalado por una misericordia superior, por un amor entrañable. El deseo de curar, de dar con la medicina óptima, viene acompañado de una providencia infinita, de un arrullo multiplicador de buenos deseos.  

     Levantar los ojos al cielo y elevar el corazón es el ritual más auténtico de estos días calamitosos. Sin la fuerza divina se cae en el desgaste de anhelos y propósitos, se esfuma el a anhelo de vivir. La tergiversación y las contestaciones ambiguas son parte de la autonomía humana, que es saludable hasta cierto punto. No todo está claro como el agua, siempre quedan interrogantes que desvelan la mente y el corazón.

     El hoy es indescifrable porque se gira en torno al misterio de la salud y la enfermedad sin una apertura al dolor cósmico del que habló San Pablo e hizo referencia el Maestro Jesús en sus palabras apocalípticas. No se puede auscultar la realidad sin la vestimenta de luz divina, sin ampliar la espiritualidad sobre el mundo en pánico y dolor.

     Existe una laguna entre el hombre-creyente y el que persevera en su coto cerrado. La fe logra el milagro, evidencia el poderío infinito. Hacer nuestra parte es dar el primer paso, luego llega lo misterioso y arcano. Se llenan las manos y se colma el corazón de una riqueza jamás soñada, se valora la mente humana y se abraza al Dios Altísimo.

     Poco a poco se restringe a Dios al ámbito de lo religioso, a un observador a distancia. Se evita hacer referencia al Padre de todos apoyándose en puros criterios humanos y se proyecta todo desde la ciencia y la tecnología. Ese mar de llamadas en las redes sociales mantiene su oleada sobre la situación vivencial, pero escasea en la convivencia con Dios, en la súplica perseverante.

    Una religión infantil satura el ámbito espiritual de súplicas baladíes y de caprichos ingenuos. Una fe sólida hace su trabajo en el mundo, manifiesta su ardor desde la perspectiva de hágase tu voluntad, que es una adhesión completa. El conocimiento de que Dios está presente no pone en riesgo el reconocimiento de nuestra condición humana, sino que la alimenta y le da vida.

     Son días plenos de qué pasará mañana. Atravesamos una situación de incertidumbre, de una espera gozosa. Desde la fragilidad humana se lanza a los cielos la oración humilde, la plegaria humedecida en lágrimas. El humilde creyente tiene alas, se mantiene en oración, pide un milagro.

     Dios mantiene su fidelidad, abre su corazón o todos. Es la medida en que se mantiene el equilibrio cielo-tierra, se abren trechos de esperanza. No hay que apartarse de la ruta, ni confiar en dioses de papel. Él, que nos ama, proveerá todo a su tiempo, que es una lotería de la fe y del amor de los creyentes.

P. Efraín Zabala

Editor

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