Contexto

Muchos sabemos que este tercer domingo de Adviento es el domingo de la alegría (Gaudete). Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudete in Domino semper: iterum dico, gaudete. (“Estén siempre alegres en el Señor, se los repito, estén alegres” Flp 4,4-5). Claro para quienes no solemos usar las antífonas del misal como cántico de entrada, y menos aún en latín, puede parecer raro de dónde se saca el nombre. Aun así, convendrá que los coros tengan eso muy presente en la elección del cántico de entrada de este domingo, pues si bien aún estamos en la primera parte del Adviento, que no hace referencia estricta a la Navidad, sino a la segunda venida del Señor, la alegría del Señor recorre toda la historia desde la creación hasta su última venida.

La liturgia de la Palabra rebosa de alegría en casi todos los pasajes que se proclaman: Is 61,1-2a;10-11; cántico interleccional Lc 1, 46-48.49-50.53-54; y 1 Tes 5,16-24. Tal vez el evangelio (Jn 1,6-8.19-28) sea el “menos alegre” por sus palabras, pero aun así encierra una noticia de gran gozo.

Reflexionemos

El domingo pasado la lectura de 2ª Pe 3 podría habernos atemorizado, pues hablaba de gran estrépito, desintegración de la creación, etc., pero también nos anunciaba la gran alegría de un cielo y una tierra nuevos. Hoy las perícopas nos indican muchos motivos de alegría: el don del Espíritu, sanación, amnistía, libertad, fructificación de la naturaleza, venida del Señor y gracia.

Lo anunciado por las profecías es cumplido en Jesucristo, poseedor del Espíritu, el enviado para anunciar la Buena Noticia a todos los seres humanos y traernos la alegría de la salvación.

El cristiano al tener todas estas razones de esperanza puede estar siempre alegre, por ello debe orar (alabar a Dios) sin cesar y dar gracias por todo, aun en los momentos difíciles, como los que estamos viviendo, aunque eso parezca que estamos en el desierto.

Las circunstancias que nos han tocado vivir, un cambio de época (no sólo la pandemia), pueden ser causa de tristeza, sin duda. Parece como nos decía Pedro el domingo pasado, todo se está desmoronando ante nosotros, hasta nuestro famoso radio telescopio se nos ha deshecho. ¿Qué podemos hacer?

Sin duda nos podríamos encerrar a llorar y aguardar el fin de todo, pero no fue lo que hicieron los cristiano cuando cayó el imperio romano, un cambio de época trascendental en la historia. Aquellos hermanos nuestros del s.V levantaron la cristiandad. De las ruinas del imperio edificaron “cielos y tierras nuevos”: una nueva cultura, nueva sociedad, etc. apoyados en la fe de la Parusía, que no sólo es la esperanza en el Señor que vendrá, sino que vino y está presente. Esta palabra griega encierra tanto que es pobre traducirla con un simple futuro.

A modo de conclusión  

Pedro nos decía el domingo pasado también: “apresuren la venida del Señor”. ¿Podemos hacer eso? Sí, si con la alegría del Espíritu, con su gracia y conscientes de que el Señor vendrá, pero también está presente, podemos cooperar para que la sociedad y la Iglesia se vean libres de toda maldad, colaboremos en la sanación de nuestros hermanos enfermos en el espíritu, la mente o el cuerpo; si vivimos y laboramos para que haya verdadera libertad y justicia, si cuidamos de la tierra para que fructifique, en vez de destruirla.

Como el Bautista, podríamos decir no somos el Mesías, pero somos sus discípulos que, con nuestra fe puesta en el que es, el que vino y vendrá, en la fuerza de su Espíritu y el poder de su gracia podemos hacer que, incluso los desiertos se conviertan en un oasis (cf. Sal 83(84),7).

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

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