Anualmente mueren alrededor de 120 a 140 personas en los parques nacionales de los Estados Unidos.  Estos cálculos, tal vez conservadores, excluyen a los suicidas.  Son muchos los que desaparecen y pierden la vida en dichos parajes naturales, convirtiéndolos en cementerios.  Entre las causas principales, se mencionan las siguientes, en orden de importancia: Ahogamiento (tercera causa de muertes en el mundo), accidentes de transportación, caídas, suicidios, indefinidas, avalanchas, condiciones médicas previas, exposición al frío o al calor, animales (osos, serpientes, cabra montés, pero no llegan al 10%). 

Curiosamente, la incidencia de suicidios es alta.  Otros factores contribuyen a los desenlaces fatales, como el consumo de drogas y alcohol, las distracciones, los fenómenos atmosféricos, los crímenes violentos, la falta de preparación y víveres, el aislamiento, la demencia, el secuestro…  Lo mismo perece un guardabosques fornido y espabilado, que una octogenaria incapacitada en sus extremidades.

La mayoría de los senderistas desafortunados fluctúa entre los 20 a 29 y 50 a 59 años.  Tres cuartas partes de los caminantes son varones y excursionistas nacionales.  Entre los visitantes fallecidos, sobresalen los alemanes, italianos, japoneses, mexicanos y canadienses.  Según un estudio correspondiente a un período de nueve meses del año 2016, entre los lugares más peligrosos descuellan: Lake Mead 254, Yosemite 150, Grand Canyon 130, Yellowstone 93, Golden Gate 85, Alen Canyon 82, Denali National Park and Preserve 62, Great Smoky Mountains 60, Grand Teton 59, Natchez Trace Parkway 56.  En el listado de 2014 aparecen los siguientes parques occidentales donde ocurrieron notables desgracias: Grand Canyon, Lake Mead, Mount Rainer, Rocky Mountains, Grand Teton, Zion, Buffalo Scenic River, Yellowstone y Joshua Tree.

He visitado algunos de estos sitios escabrosos y otros más en el mundo, pero ignoraba el riesgo a que uno se exponía.  Ordinariamente están bien rotulados y se imponen oportunas medidas de seguridad.  Todavía los bosques, lagos y desiertos encierran un enigma fascinante.  En Japón, en la base noroccidental del emblemático Monte Fuji, se encuentra el bosque Aokigahara.  En un viaje entre Tokio y Kioto, pasé por las cercanías meridionales del mencionado volcán.  Aokigahara es la estación final preferida por los suicidas.  La vegetación sestea libre de vientos y animales.  Allí van a parar, por diversos motivos, muchos que abandonan el tren de la existencia.  En lugar de enlutar la naturaleza con cantos fúnebres y endilgarle el epíteto de “maldita”, prefiero repetir los versículos de nuestros antepasados:

Como el manzano entre los árboles del bosque, así es mi amado entre los jóvenes.  A su sombra placentera me he sentado, y su fruto es dulce a mi paladar (Cantar de los cantares 2,3).

Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces exultarán todos los árboles del bosque (Salmo 96,12). Tú ordenas la oscuridad y se hace de noche, en ella andan todas las bestias del bosque (Salmo 104,20).

Entonces los árboles del bosque cantarán con gozo delante del Señor; porque viene a juzgar la tierra (Crónicas 16,33).

Prorrumpid, montes, en alabanza; bosque, y todo árbol que en él está (Isaías 44.23).

Y evoco el recuerdo de alguien que sudó sangre en el Monte de los Olivos (הַר הַזֵּיתִי Har HaZeitim).  Allí fue abandonado, traicionado y secuestrado.  Y en otro monte, el de las Calaveras, padeció y entregó su espíritu.

Aníbal Colón Rosado

Para El Visitante

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