El proceso de excarcelación de unos ciudadanos, amparados en su inocencia y beneficiados por el indulto de la ex gobernadora Wanda Vásquez pone de manifiesto la fragilidad de la justicia humana. La de Dios es infalible, misericordiosa. Los beneficiados portan las cicatrices físicas y sicológicas que se enroscan en la mente y el corazón de aquellos que han pagado por un delito no cometido. Esos campanazos de inocencia se perpetúan en lo profundo del ser, dejan un saldo de tiempo tormentoso, de años fuera de su entorno familiar.

     Estar en la libre comunidad representa un volver a nacer, beneficiarse de los afectos familiares, andar por la ruta más amada. Dios nos dio un título: libres para amar, para escoger el bien, para salir airosos de las tempestades de la existencia. Perder la libertad es como negarse a sí mismo, echar en saco roto todos los anhelos y buenos propósitos que se arremolinan corazón adentro.

     El yo libre tira la raya sobre el proyecto humano y eleva su ser en conquista de superación y deseos de tocar una estrella. Muy cerca del andamiaje de alas, surgen la maldad, el rencor, las asechanzas callejeras.  La maldad también existe y tiene sus artimañas y modus operandi que deslumbra pro sus habilidades y recovecos. Es la fuerza de las maquinaciones, del acecho convertido en triunfo momentáneo para algunos.

     La pobres y humildes siempre están al borde de ser fichados, de ser culpables por su aspecto y condición. La mirada justa soslaya toda apariencia para dar con la verdad de los hechos, para hacer justicia a la primera. Se colma la copa cuando intervienen los padrinos y bienchores que no pierden la ocasión de salirse con la suya o echar sombras sobre la persona.

     El proyecto Inocencia, reverdece en las manos del licenciado, Julio Fontanet Maldonado que vive apasionadamente el proceso de los inocentes que están en la cárcel. Esa contribución amorosa es un grito de todos los ciudadanos que rechazan el abuso y se acogen a la justicia verdadera que viene de Dios y de aquellos que dan de su tiempo para enderezar entuertos y crear un mundo mejor, lleno de generosidad y amor al prójimo.

          Salir de los atolladeros injustos es propiciar la paz social, el convite de todos a la mesa común, a partir el pan de la inocencia, que es el más que alimenta. La injusticia es rancia y ejerce un poderío maligno en el pueblo que se torna escéptico y reacio a aceptar el veredicto de los ciudadanos que quedaron impunes ante la mirada de todos.

     La justicia amapuchada deja dudas, propicia las venganzas. Algunos piensan tomar la justicia en sus propias manos porque no encuentran salida. Evitar ese estruendo pueblerino es tarea de la justicia eficaz, rápida y bien administrada. Justicia tardía no es justicia y deja desequilibrios en el pueblo.

     Hay que valorar la libertad para fortalecer su fuerza avasalladora. Servir tajada de justicia siempre será una exquisitez para el gusto de todos. Hay muchos reclamos que esperan su día de salir a la libre comunidad. Olvidarse de ellos es traicionar el mensaje liberador de Cristo. Estar con el que llora y sufre es cumplir con un deber evangélico, es sanar las heridas de todos.

P. Efraín Zabala

Editor

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here