El adolescente con buen conocimiento no dudó en contestar la pregunta exhibiendo su audaz mirada.  La serpiente, de la familia de los pitones, rondaba devorando todo a su paso y el aprendiz de la agricultura llevaba en su boca y en su corazón la suma de lo devorado por el reptil. “Una gallina ponedora, un ganso y un gallito búlico”. Tenía el inventario claro, unía al miedo que respira la serpiente, junto al amor de los animales que son parte de nuestra existencia.

     Esa mirada de responder viene atada a una mirada audaz, a un desvelo por la creación. Estar en medio del campo, atraído por los milagros circundantes, es cosechar virtud, hacerse escudriñador de voces siempre nuevas. La primera lección es circunstancial, un apego a la belleza, al ritmo del corazón y del ambiente. La familia se abre en lirios perfumados cuando el intercambio de noticias vitales hace la diferencia y el coloquio va desatando el arsenal vital que aparece milagrosamente. “La gallina tiene diez pollitos”, “la perrita parió cinco perritos”, “el racimo de plátano es está madurando en la mata”.

     Alegría y tristeza marcan el ámbito de la ruralía, pues la medicina eficaz de leer los acontecimientos en el cielo, en la neblina, en los animales, alinea la mente que se recrea en la pausa de coloquios que predicen, que marca el paso de la existencia. El mundo de los animales, tan variado y vivaz, es una lección continua que rebosa en instinto y en lealtades jamás pensadas. 

     Es grato oír a un jovencito espabilado que hable con fluidez y enriquece su mente con la experiencia de soñar con un Puerto Rico jardín, de encuentros fraternales y no de dispersión y zozobra. El intercambio entre los amantes de los animales, del surco, de la Loma del Tamarindo produce una mirada compasiva, una ternura única que es medicina para todos los días.

     Esa rivalidad entre seres humanos y los animales dispersa la armonía primera, hace estragos en los sentimientos y acelera el proceso de tomar las armas para disminuir los asuntos. La fidelidad de algunos perros a sus amos procrea un ambiente de solidaridad universal, una forma de establecer las colindancias vivas de la naturaleza.

     Es preciso que se salga en defensa de un gallito búlico, una gallina ponedora y un ganso. La serpiente reticulada, que no es de estos lares, está hambrienta por los caminos isleños. Da pánico verlas cerca. Hay que proteger a los animales caseros para que la grande no coma al más pequeño.

      Siempre recuerdo el entierro de un amigo de la comunidad de Cañaboncito. Su perro viajó hasta el cementerio de Caguas y allí frente a la tumba despidió a su amor con una mirada triste.  Buena lección para todos.

P. Efraín Zabala

Editor

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