La decadencia familia evidenciada a simple vista requiere de luz espiritual y refuerzos sociológicos. La indiferencia gubernamental y el egoísmo de sus miembros hacen mella sobre la institución primera dejando un dejo de preocupación y desesperanza. El ritual amoroso de bendición papa y mamá, ha cedido su puesto a la preocupación por el celular o al no tengo tiempo, revelador de indiferencia y prisa.

Sin los míos y yo se pierde el rumbo y se cae en el deseo de tener familias alternas, o suplidoras de cariño y amor.  Esa alocada idea de estar elevando la familia de otros a rango de ejemplo, representa una fuga del hogar primero. Las rivalidades familiares brotan de un deterioro mental que solo entiende de dinero, posición social, ilusiones ópticas. Los padres y los hermanos pasan a un segundo plano en esa concepción materialista de la existencia.

La familia grande, extendida, es el País en donde se vio por primera vez la luz del día. Esa forma de hacer patria es una totalidad de la visión de las familias particulares. Los anhelos y deseos de los ciudadanos están entrelazados con las relaciones familiares afectivas y honradas. Todo lo aprendido en el seno hogareño se desliza hacia otros puntos de referencia.

Al decaer la familia, se intoxica el ambiente y se cae en el sálvese el que pueda que es como un eslogan de estos días pandémicos. Se aísla a los padres y abuelos y se subraya la diferencia en edades, en fuerza física, en achaques. Se quiere complacer a los mayores con idas a la playa, o ir a comer sushi en un restaurante de lujo en San Juan.

Se ha caído en la indiferencia familiar que es como una insuficiencia sanguínea en el corazón. Para muchos los pobres ancianos son un estorbo, una preocupación inútil. Los caprichos y la diversión son idolatrados, una justificación para el disfrute personal versus el sentimiento familiar y su cometido con el cuarto Mandamiento.

Esta pandemia ha dejado al descubierto el viacrucis familiar. El anciano solo llora sus penas a la vera del Altísimo porque los recursos humanos están en huelga. No se buscan nuevas formas de acompañar, de dar de comer. Y se quedan felices porque observan las leyes, porque están por encima de las exigencias del amor.

La familia es básica, panel de sentimientos únicos que no se pueden olvidar so pena de errar en la vida. Doblegar la vida familiar por caprichos y componendas es un mal, un egoísmo destructivo.

P. Efraín Zabala

Editor

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