Echar de menos desde el corazón crea un pensamiento de pertenencia. Somos de un lugar, de un entorno codificado en el alma. Se nace en instintos de amores patrios, en convergencia con el mar, el rio, la quebrada, el monte. La infancia es panal dulce, una alcancía de ilusiones y esperanza. Poco a poco, se devela la realidad con sus ofertas y datos que superan toda expectativa.

El terruño es la otra piel, una lectura de anotaciones que nuestros antepasados dejaron como estandarte de verdades. Sobre la pequeñez territorial, añadimos la inmensidad del mar como batey isleño siempre saturado de sal y arenas. Por eso nuestro asombro rueda por las rutas más asequibles; los verdores en competencia con el cielo azul y las noches de luna llena.

Durante las fiestas navideñas el fervor y la alegría de los que viven allá esparcían recuerdos y ritmos de los de acá. Esa navidad en Texas o en Colorado tenía un dejo, tal vez una lejanía, de la cuna primera, de los alcances de una vecindario pleno en dádivas y cariños. Así se acortan las distancias, se restablece la comunicación con los amaneceres en luz y belleza.

Partir hacia otras tierras conlleva una dosis de melancolía, un dejar atrás los ríos fraternales, las mímicas del acontecer doloroso o chistoso. “Cuando salí de Collores”, testamento íntimo del que emigra, se sale de proporción al mirar por la ventanilla del avión las costas como imán para no olvidar la bella Isla y tenerla como bálsamo en los días de fiebre memorial.

A pesar de que hay argumentos del bolsillo que el corazón no entiende, es urgente paliar el sentimiento con el grupo boricua que se organiza en torno a la Isla. El salario obtenido, más el “mamá, Borinquén me llama” son aliados para la superación y abreviar las distancias para volver en una “jaquita baya”.

Ya pasados los días de las amnistías del corazón, regresamos a la rutina, al quehacer diario. Tanto aquí, como allá, lo que da sentido a la vida es el trabajo, la familia, la fe en Dios. Es propio continuar con los ahorros patrios y descifrar el día de las oportunidades para todos. Así lo quiere Dios en este año de la Misericordia. Puerto Rico ha sido bálsamo con nosotros y estamos alegres.

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