Aunque la cotidianidad mantiene su ritmo y su locuacidad apremiante, hay por lo bajo un grito solapado, qué será de nosotros. Una multitud, que vive a expensas de Dios y de las ayudas federales, no quiere pensar en el desbarajuste económico que está a las puertas. En un reto, una espada que cuelga de la esperanza de todos.

Para muchos que analizan el fluir isleño su estatus social ddifiere radicalmente de esas muchedumbres que botan cada cuatro años. Esos, que confían en el sistema eleccionario, son los que pasquinan, las “cheerleaders”, los que aplauden. Ellos se juegan todo por el todo y los calladitos, los que ven la procesión desde lo fastuoso, se llevan la mejor parte. No participan activamente y muchos no botan, se van de vacaciones el día de las elecciones y se contentan con ver el rio perderse en el mar.

Los que viven a expensas de los líderes de turno, tienen sus razones que son válidas según sus criterios extraídos de una ilusión óptica o tal vez de teorías anquilosadas. Se ha perpetuado en el País la eterna espera de los bienes materiales, las ayudas, el perfil del político cuasi mítico y mágico que en sus ofrecimientos lunáticos está el sol, la luna y las estrellas.

Esa multitud de indefensos ciudadanos, que acude a las elecciones, tiene sus razones que lo que viven estreches metales no entienden. Para ellos resulta más difícil hacer opciones firmes determinantes. Los que cuelgan unos diplomas en sus oficinas, muchos de ellos obtenidos en universidades de otras latitudes, tienen presto el lápiz para hacer la cruz de bajo de alguna insignia.

Ellos son los menos afectados.

Es por eso que educar al pueblo con calma y paciencia en una necesidad apremiante.  La lección debe propiciar el diálogo, las preguntas significativas, las aclaraciones propias. La clase magna estipula verdades, propone ideas, estimula conceptos. Entender viene atado a la realidad, a la familia, al pensamiento liberador. Nada toca el corazón si no está atado a la mente, a la superación, a la garantía de un mejor Puerto Rico.

El clamor, por lo alto y lo bajo, ronda al país entero. La sintonía con ese fervor interior nos llevará a hurgar la vida desde su perplejidad y su éxtasis. Nada se logra con la diatriba, el grito, el dime y te diré tan en boga en nuestra isla. Escudriñar la realidad siempre será atajo para dispersar los miedos y entender la mentalidad boricua.

Este año predecible en ciertos acontecimientos e impredecible en otros es el tiempo, para disipar tinieblas, y hablar con conocimiento de causa. Ya hemos caminado un largo trecho. Hay que seguir enfrentado los retos.

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