La Santa Iglesia pondera el sí de San Pablo como ejemplo para todos los que buscan a Cristo con sincero corazón. El perseguidor de los cristianos, título de poca monta, quedó estremecido por una luz y estableció su credo desde el convite celestial. La luz lo cegó y se revistió con el atuendo de los convencidos de que Cristo vivía, de que su resurrección era estándar para su nueva vida de rescatador de personas para el Señor.
Toda conversión gira en torno a que Él nos amó primero, que Él se da con vehemencia de agua santa, que nos llama a pasar por este mundo sin errar, a cultivar un huerto de exquisiteces fraternales y a no dilatar su reinado con orientaciones de poco contenido humano y espiritual.
La iglesia vive en una conversión continua, en una introspección para descubrir la palabra santa en su diafanía y verdad primera. Ella tiene que ser fiel a Cristo, el Señor y cada cristiano debe hacer reverencia a esa verdad, que es apertura hacia las realidades celestiales sin obviar los materiales que necesitan transformación para que sean escalones para subir a un cielo de bondades.
La conversión permea el corazón de la persona y sale a flote en el comportamiento del individuo. No es un teatro, ni una palabrería aprendida, ni un discursito improvisado en cada esquina. Las acciones y el comportamiento apuntarán a una convicción en Cristo, a una suavidad de espíritu, que deleite, que llame la atención.
Proclamar a Cristo incluye una misericordia que establece el ritmo de “Cristo y yo te amamos”. Esa naturalidad, ese enfoque real equivale a un amén fraternal, a un abrazo real que no proviene de lecciones aprendidas, sino de la fuerza del Espíritu Santo.
San Pablo, con su caída del caballo, esbozó para la multitud la forma y manera de la conversión. Se convirtió en propagador de una verdad sin tiempo y espacio. El Señor Jesús es el que impera.
“No vivo yo, sino Cristo es quien vive en mi”. Esa es la fórmula que distingue el grano de la paja. No es en despilfarro de frases y palabras que nos convertimos en Otros Cristos, sino en amor y servicio.