La fe es una virtud teologal que aligera el pensamiento y pone orden en la vida de los creyentes. Vivir amparados por el Altísimo significa responder a su amor, a su verdad, a su perpetua entrega a la humanidad. Al ser amados se abre una aventura hacia el bien, una constante apertura para abrazar a todos sin caer en los excesos del mundo y sus vanidades, ni aducir argumentos que rebajen la Santidad de Dios, ni de su libertad absoluta.
Para los creyentes la fe se desborda en luz a través del santo bautismo. Ese día marca un comienzo de coincidencias espirituales con Cristo que inicia una ruta de lo mejor para que el fiel se atenga a su compromiso bautismal, que es un amén vertido sobre las realidades de cada día. No hay que ignorar la realidad, sino revitalizarla desde una visión que acelera el hágase tu voluntad, no como una arbitrariedad divina, sino como lo mejor de los motivos humanos.
La Iglesia no exige una fe a la trágala, ni como acecho impositivo. La ferviente aceptación de Cristo cala hasta la intimidad para equilibrar el hoy y el mañana de vida, de amor y esperanza. La voluntad divina emerge como árbitro indiscutible en todas las pugnas y esclavitudes que amenazan el equilibrio propio del viandante que propicia un pedacito de cielo en cada situación determinante. Se camina al compás de una esperanza, en añoranzas siempre antiguas y nuevas.
La fe echa alas en los hombres y mujeres de buena voluntad. En muchas personas pasa desapercibida como si se tratara de un regalo sin atractivo elevado. Prefieren simular una alegría raquítica que concentrarse en el misterio que estremece por su belleza, amplitud y sanidad al amparo de un Dios misericordioso. La superficialidad opaca todo el estruendo de amor que llega en transcendencia y plenitud.
No se puede echar en saco roto la fe de la Iglesia que acentúa la verdad y pone cercas a la manipulación y al engaño explícito. La fe personal aunque, esencial y buena, no le puede restar identidad a la inspiración del Espíritu Santo que confirma la verdad y la pone en relieve como una estrella a seguir.
La fe como vivencia de la mente de Cristo, refuta nuestra disposición a negar lo intangible y misterioso. Ante la ambivalencia, el miedo y la indiferencia, los redimidos proclaman a Cristo
Resucitado, realidad siempre nueva, amor sin fronteras, misericordia que nos acoge.
Creer significa salir al encuentro de Cristo y aceptar la agenda luminosa que nos propone. El ser humano no puede perderse en teorías o fábulas que se esfuman sobre la verdad liberadora.