El viraje o vuelta atrás del hombre contemporáneo ha colmado su corazón de cosas superficiales. La globalización de la indiferencia, según lo afirma el Papa Francisco, tiende a ser pródiga en malabares arbitrarios y deja intacta la solicitud cabal que incluye misericordia y amor gigante para los demás. Proyectar una mirada frágil hacia la humanidad es renegar de lo bueno y lo maravilloso.
Ese ensimismamiento del ser que todo lo reduce a egoísmo, consumismo e indiferencia abona a la soledad que permea el ambiente. Al dilucidar la causa del hombre y de la mujer en una autonomía exclusivista, se opaca el horizonte y decaen las fuerzas espirituales que son trampolín para acceder a las alturas.
Se experimenta en todos los vecindarios una apatía por lo bueno y lo verdadero. Se prefiere, en cambio, una limosna de afecto, una pequeña muestra de dulzura, en vez de acceder a las profundidades de la verdad. Ese proceso de lo menos, versus lo más, va creciendo en una mentalidad resbaladiza, un atesorar lo vacío y generador de pugnas y fracasos.
No debe haber cabida para un desprendimiento entre el hombre y el creador como si fueran antagónicos, o carentes de vínculos liberadores. La pugna entre el Dios santo y misericordioso se agudiza con la mirada autónoma que converge en la prepotencia y del yo que impera estos días. Falta el sentido de transcendencia, de una amplitud que une cielo y tierra.
Se estrella toda esperanza, si se deambula por un Edén construido a la medida, sin amplitud territorial y con serpientes de impiedad y locura. Siempre que se piensa en lo mejor, brota una convicción sanadora, una medicina que arrastra buena voluntad y salud mental. Devastar la paz del alma constituye un golpe al Dios rico en misericordia.
El Dios que mora en el corazón estremece por ser regalo y dádiva que fluye por todo el cuerpo del ser humano. El señor vacía su libertad íntima en aquellos que no cierran su entorno o esa luz única. Mientras hay fe y anhelos de diálogo se hace el milagro del perdón y la misericordia.
Esa atrofia espiritual que padece el hombre contemporáneo se agudiza en la proyección de una infelicidad visible. Se busca acumular riquezas, saquear las arcas de lo divino y vivir a la intemperie como caminantes en retroceso.