Los últimos acontecimientos acaecidos en nuestras carreteras apuntan a una sola dirección: la falta de juicio. Se vive a expensas del desagrado de los que añoran el prurito de gente educada y observadora de los derechos de los demás. Cada momento invertido en vivir bien, se debilita por unas actitudes poco civilizadas, carentes de buenos hábitos de conducta y de lealtad al prójimo.
Las formas de convivencia han degenerado a tal punto que el respeto a los demás se analiza como debilidad, como instancia de inferioridad. Alzar la voz, hacer gestos denigrantes, colarse en la fila, son exabruptos que algunos interpretan como poderío del alma. Son tales las formas silvestres de vivir que de cualquier maya sale un ratón, es decir del más pausado y educado salen los anatemas más insultantes y bajos.
Ser perfila un estilo de vida poco civilizado y decadente. Las peleas en las escuelas, la vulgaridad como sinónimo de sinceridad, el yo como árbitro absoluto marcan una decadencia y una torpeza dañina. No hay manera de caminar una milla si se carece de las virtudes humanas y sociales. Con ese comportamiento de poca reflexión nos sumergimos en la crisis agobiante, en un torbellino que poco a poco desestabiliza y corrompe a todo el pueblo.
Los accidentes automovilísticos, los de motoras y bicicletas, son el producto neto de la falta de respeto y consideración a los que transitan por las carreteras. El yo mandón y dominante se hace dueño, se convierte en emisario de las locuras que deambulan por las vías públicas y que se tornan agresivas. Al no saber compartir, ceder el paso y ser cortés se cae en la desorientación y el extremismo.
La conducta exhibida en las filas, al tomar el autobús y en cualquier sitio donde hay que esperar es una toma de cuerpo entero. Estamos al borde de perder el equilibrio y sucumbir ante el encontronazo gratuito y la discusión más pueril. Se palpa un desajuste mental, una inquietud de cuerpo y alma que lleva a la arrogancia y a la peleíta monga.
Hay cierta condescendencia con ese proceder de baja calaña. El salirse con la suya, sacar provecho de tal oportunidad son figuras en el carácter del puertorriqueño. Es grato reflexionar y rescatar lo mejor de cuando éramos buenas personas.