La pandemia impone el hablar mesurado, como el que va de prisa. De la puerta abierta pasamos a la celosía, a decir lo mínimo, casi a hurtadillas.  Ese lenguaje, casi mímico, no es el usual, tiene identidad propia; no multiplicarán el virus.  Se hace una pausa en el acercamiento humano para disminuir el acecho de la enfermedad, para imponer la distancia y la categoría.

No es bueno que el hombre esté solo, ni que viva aislado en perenne huida de su circunstancia. Estar juntos en comunidad de palabra, bienes y acciones tiene concordancia con el plan de Dios. Es a través de la dádiva, el perdón y la reconciliación, que el ser humano crece, vitaliza su experiencia terrenal, eleva su espíritu en el Padre Nuestro comunitario. La constante interacción de unos con otros provee una cordial mirada que revierte en “Dios te bendiga, cuide a los tuyos”.

Aunque es necesario mantener distanciamiento social, ésta no puede ser para un tiempo largo o considerarlo como lo mejor que le puede pasar a la persona.  Amar al ser humano va más allá de unas mímicas, o de un lenguaje de señas.  Se observa la disciplina impuesta para retomar lo antes posible a una interacción saludable y útil.  En toda determinación de “cerrar el paso”, debe prevalecer la visión antropomórfica, el ser humano como eje de una aventura que incluya el yo desbordado en un nosotros con atinado sentido de vida y de esperanza.

La alergia a un todos, cada cual con lo suyo, trae muchos prejuicios, rechaza y disgusta. No se puede tomar como modelo al vecino que no comparte, al hijo que nunca expone sus convicciones, al hermano que vive su mutismo y su silencio.  Es a través de la comunicación clara y precisa que se abre un mundo de inquietudes esenciales, de cómo dominar la tierra.

Este proceso de rigidez apremiante no puede ser por sí mismo una opción que poco a poco va debilitando el cariño, el afecto, la familiaridad de los boricuas, esa sería un retroceso, un echar por la borda lo que hemos convenidos como familia y nos arriesgamos  a fracasar en el primer intento de subrayar cono virtuoso el proceso de aislamiento.

En la parquedad predominante podemos reivindicarnos en expresiones fraternales que sean abono para los próximos días de intercambiar ternura y compasión. Nadie puede vivir en la orfandad de gestos medicinales porque se caería en una timidez enfermiza que termine en desorientación y fuga.  Esos afectos familiares representan una lotería, una certeza vívida de que el corazón se niega a morir, de que estamos invictos en esta ofensiva de la pandemia.

A la hora de la verdad la disciplina es la mejor consejera, pero el corazón tiene razones que la mente no entiende. Estar juntos, partir el pan y aletargarse en un abrazo comunitario es medicina del alma, un surtidor de agua dulce.  No se puede perder el contacto amoroso porque seriamos víctimas de la soledad enfermiza, del desahucio del corazón.

A FAVOR: CONTRIBUCIÓN JUVENIL

Los estudiantes de ingeniería de Puerto Rico se afanan por dar el máximo para combatir el Coronavirus y dejar una huella de diligencia oportuna a favor de los enfermos. Estos dedicados del conocimiento se esmeran en dar un alivio a los que sufren el mal en los hospitales. Dar el máximo y dejar una huella implica optar por la verdad y ofrecer el corazón en cada proyecto de amor al prójimo. El pueblo debe aplaudir estas iniciativas inspiradoras.

EN CONTRA: DERROCHADORES

La pandemia es tiempo útil para meditar y sacar conclusiones que alumbren el camino. Saber usar el dinero es básico para no depender del gobierno y de familiares. Economizar incluye una reflexión adecuada para que el salario recibido, o la ayuda gubernamental, no se gaste a la primera  como si se tratase de ver el agua correr. Los bolsillos vacíos son la orden del día y resaltan el estilo botarata.

Padre Efraín Zabala Torres, editor

El Visitante de Puerto Rico

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