Había puesto las dos mejillas y ya no sabía que más poner. Deseaba tener más mejillas para recibir bofetadas y afrentas injustas en su rostro bondadoso. Había entregado la túnica, el manto y las sandalias. Desnudo y descalzo, continuó su camino de humildad y pobreza por esos páramos de Dios.

Lo importante era la actitud y el compromiso de no responder con violencia, sino devolver bien por mal. Contrariamente al perverso talante masoquista, no se trataba de lucrar complacencia por sentirse maltratado o humillado. Respondía más bien a una conducta superior que también pide cuentas al alguacil por la ofensa gratuita: “Si he hablado mal, prueba que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me abofeteas?”.

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