Los cambios políticos no se dan en el vacío ni son químicamente puros. Los amigos de hoy se pueden convertir en los adversarios de mañana y viceversa. Las luchas emancipatorias, por ejemplo, suelen contar con la ayuda de extranjeros, “alianzas” ambiguas, búsqueda de información sobre contrincantes y posibles colaboradores, concesiones a terceros, recompensas, actos ilegales según el orden o el desorden establecido y una larga lista de prácticas que luego son alabadas o rechazadas, a tono con el narrador de la historia. Véase el caso de la independencia de la República de los Estados Unidos de América y tantas guerras que hemos sufrido. Cada parte usa los recursos que tiene a mano y trata de conquistar la libertad frente a un antagonista poderoso e injusto. Eso no significa que las partes estén exentas del juicio ético. Tampoco quedan dispensados los oprimidos de luchar por su genuina liberación, a pesar de las dificultades y las imperfecciones humanas.
Este razonamiento se aplica también a los esfuerzos para contrarrestar la anexión de Puerto Rico en el contexto histórico de la invasión norteamericana. En 1898 Ramón Emeterio Betances intentó usar sus contactos diplomáticos, a fin de impedir las consecuencias adversas de la Guerra Hispanoamericana respecto al destino político de Puerto Rico. La Enciclopedia libre afirma que Betances “sabía que los puertorriqueños recibirían bien una invasión estadounidense, pero era vehemente sobre la posibilidad de que los Estados Unidos no le concedieran la independencia a Puerto Rico”. Si bien se inclinaba a aceptar ciertas concesiones políticas al invasor a cambio de la liberación de la colonia caribeña, terminó frustrado por la fata de voluntad de los nativos para reclamar la emancipación del país. Al final de su vida, preguntaba por qué los puertorriqueños no se rebelaban contra el imperio; a la vez que se mantenía firme en su consigna patriótica: “No quiero colonia, ni con España, ni con los Estados Unidos”.
Aníbal Colón Rosado
Para El Visitante