El año litúrgico concluye con la Solemnidad de Cristo Rey, y la misma da pie para dar inicio al nuevo año litúrgico. Esta fiesta promulgada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925 a través de su encíclica, Quas primas, conmemora el XVI centenario del I Concilio Ecuménico de Nicea. Desde 1970 la Solemnidad de Cristo Rey se celebra el último domingo del tiempo ordinario, afirmando el señorío y la soberanía de Jesús como Centro de toda la historia humana.

Al concluir el año litúrgico, simbolizando el final de la vida presente, la Iglesia quiere que todos nos planteemos si Jesucristo es para nosotros el Centro de toda nuestra vida cristiana; si nuestra vivencia ha estado centrada o no en la Persona de Jesús. Nuestra vivencia de fe ha de llevarnos a conocer a Jesús de tal manera que Él se convierta para nosotros en Señor y Dueño de todo nuestro ser. Y cuando Jesús es Señor y Dueño, entonces Él reina sobre nuestras vidas y podemos proclamar la soberanía de Dios sobre toda la creación.

Aunque esta fiesta es una celebración reciente, la misma tiene su origen en los orígenes de la humanidad. Dios Padre nos creó “a su imagen y semejanza” para que todos los humanos viviéramos en perfecta armonía, con Dios Trino como Centro. Todos ya sabemos que el pecado destruyó esa armonía y felicidad, y lo que era “paraíso” se convirtió en hostilidad y pecado. Pero Dios Padre quiso redimirnos del pecado para que regresáramos al “paraíso original”. Dios quiso que a través de Su Hijo volviéramos a vivir la soberanía de la Santísima Trinidad, y así viviéramos la felicidad que Dios quiso compartir con nosotros desde el principio.

La Encarnación de Jesucristo en las entrañas de María Santísima hizo posible que a través de las parábolas, los milagros y las enseñanzas de Jesús se resaltara una vez más la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros. Una de las enseñanzas más significativas del Nuevo Testamento es la doctrina del Reino de Dios o la soberanía de Dios. “El Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1). El “cielo nuevo y la tierra nueva” (Apoc. 21) serán posible en la medida que acojamos y vivamos los valores del Reino de Dios: la verdad y la vida, la santidad y la gracia, el perdón y el amor, la justicia y la paz.

Jesús “pasó toda su vida haciendo el bien”. O sea, su vida fue una de servicio y entrega. Curaba a los enfermos, levantaba a los caídos, perdonaba a los pecadores, integraba a los excluidos a la comunidad y liberaba a los oprimidos –para que todos ellos sintieran el amor, el poder y la fuerza de Dios que los arropaba. Encontrar a Jesús y apasionarnos por Él y su Proyecto es adelantar ya su soberanía sobre nuestras vidas. Es permitirle que sea Él quien mande en nosotros. No hay duda que el mensaje central de toda la predicación de Jesús fue el Reino de Dios. Él mismo se convirtió en la presencia del Reino de Dios.

Como creyentes y seguidores de Jesús, estamos llamados a trabajar para que el Reinado de Jesucristo en la vida de nuestro pueblo sea una realidad. La predicación y extensión de este Reinado debe ser el centro de nuestro afán. Jesucristo ha de reinar en el corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro pueblo, en el seno de los hogares, en la sociedad y en el mundo entero. Cuando el reinado de Jesús se haga realidad, entonces viviremos en un mundo totalmente nuevo en el que reinará el amor, la paz y la justicia y la felicidad eterna de todos los seres humanos.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no solo teológica; se trata de tener un encuentro transformador con Él; se trata de poner a Jesús por encima de nuestros intereses personales.

Solo el amor nos llevará, casi sin darnos cuenta, a pensar como Cristo, a escuchar como Cristo, a contemplar como Cristo y a sentir y amar como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando somos fieles a Cristo, conociéndolo y amándolo por encima de todo, entonces podremos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros. Jesucristo se habrá convertido para nosotros en nuestro Señor, Dueño y Rey; nuestra vida estará en sus manos.

Ahí vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las personas. Nada ni nadie nos podrá detener.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida. ¡Muchas Felicidades en la Fiesta de Cristo Rey! Y ¡que su Reinado Venga sobre Nosotros!

P. Miguel A. García, C.Ss.R.
Director Casa Cristo Redentor

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