Con el Miércoles de Ceniza inician 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a prepararse verdaderamente para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa. La ceniza es un símbolo propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente.
La cuaresma es un tiempo de preparación que la vemos ya desde el Adviento donde cada semana nos recordaba la importancia de preparar nuestro corazón para la celebración del nacimiento de Jesús, la primera venida de Cristo. Pero también nos remite a su última venida. El que vendrá lleno de gloria al final de los tiempos es el mismo que vino y nació en Belén hace poco más de dos mil años; es el mismo que está también en medio de nosotros. Esta salvación no es un acontecimiento futuro, es ya una realidad. Cristo, con su encarnación inauguró la plenitud de los tiempos. Esto debe estar actuando en nuestro corazón mientras nos encaminamos a la segunda venida.
La segunda venida es inminente, pero está rodeada por la incertidumbre. Sabemos que vendrá, pero no cuándo. “Tenemos que estar vigilantes, deseosos de volver al encuentro del Señor. Porque los cristianos centramos nuestra mirada en una persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús”, (Homilía de P. Juan Saliva, 1 de diciembre de 2019). La Cuaresma representa para cada fiel esa marcha que emprende todo ser humano en su vida y que le lleva por experiencias inciertas hasta su consumación. También representa para la comunidad cristiana emprender la aventura de salir de su estado de conformidad espiritual y asumir nuevas exigencias que lo llevaran a una transformación. La parábola de las diez vírgenes es un claro ejemplo de cómo debemos estar preparados ante lo inesperado (Mt 25, 1-12). Nos recuerda la necesidad de discernir y estar vigilantes para poder participar del banquete.
El simbolismo del aceite es un medio que nos orienta cómo debemos vivir ante la llegada del Señor. La Cuaresma es un tiempo para meditar mi vida, como está mi relación de encuentro personal con Cristo. A través del ayuno, oración y penitencia comenzamos nuestro desierto interior. Jesús se retiró al desierto para prepararse para la misión. El pueblo israelita aprendió una lección importante en el desierto. No es posible sobrevivir si no se es alimentado por Dios, si no se escucha su Palabra, si no se confía totalmente en Él. Las tentaciones del desierto son superadas mediante la entrega y la fidelidad. En el desierto el hombre adquiere conciencia de su nada. En el desierto se producen los encuentros más profundos y sinceros. Los cristianos somos convocados en Cuaresma al desierto, es decir, a la purificación y a la penitencia. Solamente cuando reconocemos nuestra fragilidad comenzamos a entender que no podemos estar alejados del amor misericordioso de Dios.
El pueblo de Dios es un pueblo peregrino, caminante, que sabe que nunca puede acomodarse definitivamente en el desierto, porque está devorado por la nostalgia de la tierra prometida. Para nosotros, la búsqueda del desierto es la búsqueda de Cristo. Para el cristiano, el desierto cuaresmal debe ser, sobre todo una actitud de conversión. Si escudriñamos las Sagradas Escrituras notaremos que el Señor se comunica en el desierto. En el desierto entrega a Moisés los diez mandamientos. Y cuando el pueblo se aleja de Él, convirtiéndose en una esposa infiel, Dios dice: Por eso la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Y ella responderá allí, como en los días de su juventud (Os 2, 16-17). Jesús le gustaba retirarse todos los días a lugares desiertos para orar (Lc 5, 16).
Nos enseñó a buscar al Padre, que nos habla en silencio. Jesús viene a liberarnos y hacernos participar plenamente de la salvación. “Que esta Cuaresma nos avive el deseo de salir al encuentro de Cristo para que merezcamos poseer el reino eterno; descubriendo el valor de los bienes eternos y poniendo en ellos nuestro corazón.
Dr. José Luis Vázquez Padilla
Diputado de Estado