Las aguerridas mujeres, que proyectaron un acto deleznable, traen a la consideración de todos el pulseo y la venganza como método de zanjar los asuntos. Se ha perdido el sentido del perdón y del amor y en su lugar quedan rastros de una violencia inesperada, de un boxeo inusitado, de unos impulsos cavernícolas que degradan.
El respeto a las personas pone la equidistancia propia y acoge a los demás sin afectar la piel, ni su intimidad. Usar el mollero es emprender una cacería, forzar a los sentidos que impongan sus instintos y cualquier desavenencia se convierte en teatro al aire libre, una diversión para incautos y débiles de corazón.
Se nota en todo el país un despilfarro de impiedad, falta de sentido común y un vivir sin miramientos como si fuéramos esplendidos seres de la arrogancia. Esta forma de convivencia a la trágala impone su dominio y su fuerza. Se irrumpe en las filas organizadas, se discute con el médico, se presiona al policía y todo se subraya con “para listo yo”. Ese desacierto de frivolidades aprendidas en la ‘listería’ organizada arroja hiel y confusión.
La nobleza del corazón es un deleite espiritual, una idea viva que no se aparta de Dios, ni de los que se afanan por cumplir con el mandamiento del amor. Desde que se adviene a la existencia, la belleza y la libertad se hacen cómplices de toda una lucidez eterna, de un temor amplio que pone armonía y voluntad al corazón del ser humano. No se puede vivir a la trágala, ni en los recovecos del mal que son escondite para poner obstáculos a los demás.
El menú servido de malos tratos, abusos y complacencias con lo mediocre es servido al país diariamente. En el plazo de una generación se ha perdido el dulce afecto, la reverencia como señal decorosa, el evitar hacer en público lo que conviene al ámbito reservado. La frustración emerge como un paliativo, como hincada que merece una oposición inmediata a través de la palabra dura, la bofeteada, el espectáculo.
Esas perplejidades callejeras indican una decadencia de hábitos de conducta y de una capacidad de rechazar cualquier opción que incluya violencia. Al escenificar una riña pasada o reciente, para apaciguar rencores, solo se logra predecir un mañana de enojos, torpezas, irritabilidad por todas partes.
Vivir las reglas de conducta y guarecerse en el amor de Dios y al prójimo serán fórmulas para la transparencia humana y vivir de cara a una convivencia más elevada.