La fiesta y las garantías de lucidez empresarial no se hicieron esperar en el restaurante Metropol. Hace cincuenta años que las ollas, el gas fluido y los alimentos se unieron al compás del ‘se puede’. El esfuerzo y el instinto comunitario abrieron las puertas para ese dinámico encargo de la gastronomía cubana y puertorriqueña.
El entronque familiar, junto a la perspectiva de acción decidida, echó a rodar todo un menú que se expandiría a otros lugares y vecindarios. El olor, el sabor, el diálogo vivo, acentuó por qué estamos aquí. El recuerdo de aquel fogón cubano, junto al cuchicheo de los boricuas, propiciaron el éxito, las ganancias de cariño y del entendimiento.
Así surgieron los acoplamientos del ser y tener, la feria de la abundancia que hoy deleita a pueblos y comunidades. Ese deseo de echar pa’ lante, de dominar la nostalgia y abrir el corazón dejó dividendos, un aplauso de la vitalidad y el entusiasmo que son adornos del corazón.
Para celebrar los cincuenta años se disolvieron los procesos en agua de agradecimiento y las filas eran interminables. Ese gesto franco y amigable es un paréntesis, una cordial actitud para echar el tiempo hacia atrás y poner en práctica el jubileo del tener y el dar, la bella armonía de unir el presente y el pasado y entender que vivimos cobijados por la hermandad, por la íntima reservadel amor sublime.
Esa iniciativa pondera la gratitud divina, la dulce misericordia que es una invitación a retroceder al día nuevo de la multiplicación de los panes, de las cosechas que se duplican para que a nadie le falte la comida. Esa pausa para deponer la justa comprensión y ser bondadosos apela a la belleza del cristianismo, a una generosidad que sana y fortalece.
La forma de concederle a Puerto Rico un día de luz extraído de las arcas económicas, tiene convergencia con la fiesta del Metropol. Es justo que el país sumido en una crisis económica, no sea víctima de buitres y monstruos que se ceban en la pobre alcancía de los puertorriqueños.
Nuestra deuda económica no debe ser un réquiem trágico y destructor, sino una ocasión de responsabilidad mutua y esfuerzo colectivo para un día poder celebrar un almuerzo con la opulencia de unos hacendosos obreros que recogen frutos y lo regalan a un precio risible.