¡Feliz Navidad a todos mis queridos lectores! Este año esta bella celebración se enmarca en el contexto de las primeras semanas del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. El pesebre que acoge al frágil bebé de María y José es el gesto de mayor compasión del Padre por ti. Su misericordia se hace carne y acampa entre nosotros; pero a la misma vez un gesto frágil y delicado, como es el nacimiento de una nueva criatura, se hace revolucionario. El pesebre es el signo de la revolución de la ternura comenzada por el Padre. Es el mismo Dios quien decide sublevarse a su naturaleza divina para acoger una de menor virtud: la humana.

El niño que acoge María en su seno está destinado a inmolarse por la justicia, siendo su única arma el amor del Padre misericordioso. Ese que nos mira a todos con sus ojos cargados y alocados de amor no quiere que nadie se pierda, por eso decide convocar, en su hijo, la revolución de la ternura. ¡Un mundo donde la brutalidad del pecado es orden, la ternura de Dios es revolución! A esto nos invita el pesebre en esta Navidad, a que sigamos esta revolución con nuestra vida. En este año jubilar que comienza, tenemos la oportunidad de decidir vivir revolucionariamente.

¿Cómo será esto? Vayamos como los pastores a adorar al niño. Mirando al niño dejemos que su ternura nos penetre y nos muestre los nuevos lugares que tenemos que contagiar de esta revolución.

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