Hace más de 115 días me alumbro en mi hogar con velas, linternas y más recientemente con planta eléctrica. En aquellos días que tenía energía eléctrica cerraba la puerta de mi casa a eso de las 9:00 p. m., desde el huracán y más ahora que oscurece más temprano, ya a las 6:00 p. m. cierro mi casa, ya que la penumbra y el rugir de los generadores toman dominio. A veces me detengo solitario a experimentar la penumbra. Mientras mis ojos se dilatan para poder vislumbrar algo, permanezco en la total oscuridad. Ahí caigo en la cuenta de que mis noches son ahora similar a la noche que recibió al Salvador, a Jesús.
El mismo apuro que yo experimento para llegar a mi casa antes que la oscuridad me torne peligroso el camino, es el mismo que experimentaron María y José buscando posada desesperadamente para darle cobijo al niño que estaba por nacer. La misma determinación que tuvieron los padres del Niño Dios de peregrinar a Egipto para huir de los horrores de Herodes, es la misma valentía de cientos de puertorriqueños que han tenido que partir con la esperanza de hallar las oportunidades que su tierra ya no les da. Así como muchos dejan su corazón en Puerto Rico, seguramente María y José estaban en Egipto, pero con su corazón en Nazareth, en Galilea. Así como Zacarías e Isabel, ya muy viejos, se deslumbran por la bendición de un hijo cuando ya no tenían esperanza, es el mismo perplejo que experimentan muchos de nuestros ancianos cuando se acuerdan de ellos en medio de la crisis, cuando ya se creían totalmente abandonados. Igual que murieron cientos de niños inocentes frente a la barbarie de Herodes de encontrar para asesinar al Mesías, cientos de enfermos y ancianos murieron inocentes y anónimos a causa de una sociedad que no pudo atenderlos con prioridad en medio de la crisis. Encontrando estos paralelismos con la historia de la encarnación y la natividad de Jesús he concluido que Puerto Rico se ha convertido en la misma tierra que recibió al Salvador. Y más que desalentarme, me da esperanza.
Si de aquellas tierras de Oriente, tan marcadas por el dolor y la injusticia pudo salir victorioso Jesús, cuánto más victoriosos saldremos los puertorriqueños en una tierra fértil y bendita como la nuestra. Abracemos nuestra nueva realidad, así como María y José abrazaron la suya: criar al Hijo de Dios. Estos padres quizás temblaban de miedo y confusión ante su nueva vida, pero confiaban en los designios del Padre. ¡Hagamos nosotros también lo propio!