Se supone que se avance categóricamente mientras se escala el conocimiento universal. La Universidad, nido de aprendizaje para la libertad, surte a los alumnos con una dosis de verdades que concretizan el cosmos y el vecindario amado, que es huerto de sentimientos, razonamientos adhoc, creencias de todo tipo.

Se estudia para afianzar verdades, para caminar atrechos vivos, para prolongarse en el bien.  Pasar velozmente por la realidad sin hacer un paréntesis de introspección es dejar espacios abiertos, echar a un lado esa otra enseñanza que ofrece la vida misma, en su dolor y su alegría. Dar poca importancia al ajetreo cotidiano, a las manifestaciones de toda índole, conduce a lo abstracto, a no saber qué hacer en comentos cruciales.

Es de suma importancia hacer reverencia a la circunstancia que se muestra plena de equilibrios necesarios. Cubrirse de ideas y lecciones, sin una ventana al acontecimiento humano, equivale a un desahucio a temprana edad, perder el paso hacia la superación.  Todo detalle, por ínfimo que sea, es parte de un todo, rasgos de lo mucho que hay que aprender.

Sirve de poco el “estofón” que el día de la graduación exhibe muchas medallas pero jamás  se dio cuenta de las realidades de sus compañeros, que ayunaban para poder pagar la matrícula o el hospedaje.  Sus lecciones no tenían ningún contacto con los demás y menor con el campus universitario.

Querer mantener la distancia solo acarrea marginación y huida.  El estudiante hecho y derecho esgrime sus conocimientos al tener en mente los problemas del país, al dar la mano al desvalido, al orientarse en la virtud y la lealtad a lo justo y necesario.  Se aprende de todos los que escarban la realidad para poder vivir añorando del día nuevo y fértil.

Es por eso que la calle, entiéndase realidad vibrante, es antídoto contra el aislamiento académico.  Conjugar el pensamiento liberador con la realidad vibrante es abrir brecha a un mundo de luz, del crecimiento humano, de la verdad como andamiaje necesario para vivir y compartir.

El diploma es la señal de haber cumplido con los cursos, las lecciones dadas. La calle, es decir el rebote de la vida están ahí quemando, abriendo surcos a una constancia del pensamiento como embajador de la libertad que es producto final del estudio.

A favor: Orantes

Los adoradores en espíritu y en verdad se alzan con la bandera del amor, la devoción, el rezo diario. Desde sus hogares, en el altar de la fe, siembran la esperanza, se elevan en el sacrificio, se comunican con el Altísimo. Mientras algunos se acogen al dinero como arreglalotodo, los fervientes lo espera todo en Dios. Al ofrendarse en plegarias, se logra aceptar el momento duro y decisivo. La oración todo lo puede, punza las nubes y llega hasta los jardines del Dios Santo y bueno.

En contra: Desafiante

La torpeza también existe y fabrica su hábitat a conveniencia. Se pretende retar todo mandato disciplinario desde la óptica de autosuficiencia y de dominio de las circunstancias. Es sabido que la lucha contra la pandemia es de todos. Al final de cuentas sobrevivir es lo que importa. La cordura y la prudencia son necesarios para lograr el fin deseado. Creerse semi-dioses es engañarse a sí mismos y desorientarse en la ruta hacia la supervivencia.

Por Padre Efraín Zabala Torres, editor

El Visitante de Puerto Rico

 

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