Causa tristeza y pena que una urbanización en Ceiba haya quedado a expensas del “movimiento telúrico”, un clandestinaje de los que construyen a la ligera, exponiendo a los que pensaron una casita de ensueños. Toda ilusión ha quedado sepultada bajo los mil argumentos de “poco es lo podemos hacer”. No hay quien responda ante tal precipitación de pérdidas y angustias.
Muchos puertorriqueños sueñan con un pedazo de paraíso, un batey a la orilla del mar o un balcón al borde de la montaña. La apertura al vecino y al bello panorama convierte el descampado en un iluminado albergue. Una vez las casas eran de madera, zinc, yaguas y miedo a las tormentas que rondaban por la cercanía. El cemento sería el aliado, una especie de triunfador contra los vientos.
Sobre la perspectiva del daño menor, la urbanización adquirió su mayoría de edad y circunscribió la vida de muchos puertorriqueños. Ese colectivo de acceso cerrado, colindancias terrenales y seguridad a la mano, será una forma de implantar orden, de pernoctar en paz, de alejar el mal y sus secuaces. Los que no podían enfrentar el nuevo ritmo de gastos se conformaban con el encuentro razonable de los felices propietarios, de los que habían encontrado un oasis de aventuras humanas.
Es trágico ver que se derrumba el hogar, que todos los ahorros ruedan cuesta abajo. Surge el por qué sin respuesta, decae la esperanza. Es un momento de reflexión, de entender los acontecimientos desde la perspectiva del misterio que nos ronda y nos llena de perplejidad. Detrás de ‘lo perdí todo’, queda un cúmulo de fe, una audiencia con el Dios Justo y Misericordioso.
Más allá de un nuevo comienzo hay toda una multiplicación de panes, una cosecha de corazones que se afilian en ternura y compasión. La gente generosa nos da una lección: es mejor dar que recibir. En todo momento la abundancia de Dios se hace tangible, y lo que parecía una tragedia de lágrimas, se torna en suavidad de espíritu.
En esta tierra la ambición por el dinero tiene cercanías con las injusticias que tienen sus tretas y su modus operandi. La ruina de los demás parece ser el lema de los que construyen a la ligera, dejando pozos de incertidumbres a su paso. No es bueno arrancarle lo poquito que tiene el pobre y dejarlo a las orillas de la tragedia y el dolor.
Solo nos queda Dios como árbitro de todos estos enredos que son parte del dolor cósmico, de la arrogancia de los fuertes.