Sentarse a esperar, o soñar con una hamaca debajo de los pinos, dibuja las actitudes de muchos puertorriqueños. Sueñan con un maná bajado del cielo, con una tierra que mana leche y miel, con una lotería que apacigüe la sequedad de los bolsillos. Quedarse varados, mirando lontananza parece un desquite ante la situación actual, un refugio accesible.
El conformismo se crea en la medida en que se vive bordeando un tesoro que no llega, un deseo de que los bancos abran sus bóvedas para el confeti monetario. Ante el ilusionismo, marcado por la propaganda del confort y el mesianismo, se cae en su delirio que apunta a los juegos de azar, a venerar el ocio, a dar lo mínimo.
La educación escolar debe ampliar la mente para que no se quede enredada en la minucia y opte por lo mejor. Se ha perdido el interés por lo bueno y por lo mejor y se nota el desbarajuste al seleccionar pareja, trabajo, lugar de vivienda. Al internalizar el valor de las cosas se entra en sus méritos, sus equilibrios, su pertenencia. No puede haber una desorientación básica, cuando la felicidad está en juego, cuando echas la suerte sobre el misterio de la existencia.
No se va a la escuela con una mirada superficial, hueca en verdades, porque se obtendrá un diploma carente de la palabra que subraya los valores del espíritu, el significado propio de las realidades humanas. Se tiende a aprender de memoria, a no relacionar una cosa con la otra y en el primer resbalón se cae en la pereza mental, en el no saber qué hacer con lo aprendido.
La vida es más que unos cursos. Lo aprendido tiene que diluirse en la realidad con su lección viva. Rebuscar en la amplitud circundante será expandir la capacidad de amar, hacer pequeños milagros, descifrar el mundo justo del otro que tiene sus artimañas y recovecos.
Aprender para dominar la tierra incluye una intuición que desata, una perspectiva profunda que aclare toda la polvorienta cáscara de las cosas. El que no pierde oportunidad de otear el horizonte atrae la vastedad y adquiere conocimientos jamás soñados. Se convierte en cazador de verdades, en guerrero con causa.
Nuestro país requiere de una visión nueva, en que todos los puertorriqueños, con las mangas arrolladas se conviertan en trabajadores incansables. Dios nos enseña a cómo hacerlo y así dibujarnos la esperanza sobre nuestro suelo.