Lo peor es vivir muriendo, como si se llevara un fardo pesado, o si se estuviera abocado al suplicio del llanto sin ventanitas a la felicidad. El miedo, bandera izada sobre nuestros días calamitosos, reduce el hoy de luz a proyectar un ápice de la realidad vital. Al incorporar lo trágico de la existencia como una totalidad inmisericorde, se resta tiempo a la tarea exigida por el mandato divino: trabajaras, te deleitarás con el sudor de tu frente.
El estilo de vida como una camisa de fuerza, o presión sobre la mente y el corazón, debilita e impone eslogans y argumentos que acentúan la decadencia vital y convierten la esperanza y el optimismo en letra muerta. La mirada apoyada en un mundo herido, sin redención, debilita y se hace cómplice de la chapucería t el deterioro social. Abona a los problemas sicológicos y a la locura como escondite.
Nadie es dueño total de la realidad circundante, pertenece a todos en multiplicidad de aportaciones y metas comunes. La voluntad de servir y amar viene amparada por el equilibrio –vida-muerte, éxito fracaso, luz y sombra. Se acorrala el instinto de vida, se cae en el cansancio existencial, en la pereza con su afiliando el sueño como descanso absoluto.
El tiempo pasa y deja sus huellas. Se camina equilibrando lo bueno y lo malo, lo justo e injusto. El miedo paraliza, arrastra inquietudes inverosímiles, nimiedades infantiles. Todo lo ofrendado, a través de un proceso de amor y lealtad familiar, se lo lleva el viento. Se cae en la repetición de algunos clichés y se vive emplazando las verdades universales.
Es oportuno conectarse con la verdad, con la sabiduría, con la misericordia para enfrentar el momento crucial. Hablar con Dios amplía el vasto horizonte y se crea una aceptación de la realidad sin fanatismo. La mente renovada por la curación divina establece el perímetro oportuno para aceptar el momento y dar amplitud al corazón para que no se pierda en sentimientos vacuos.
Arruinar los días con agendas de “hoy no abro la casa” es crear el encerramiento, cohibir a los más necesitados de una pequeña huella de amor. Sin echar a un lado las normas establecidas en favor de todos, siempre es adecuado mostrar una docilidad a las personas, dejarles saber que estamos para servirles.
No se pueden cambiar las realidades duras, enigmáticas, pero podemos ampliar nuestro radio de acción. Además siempre hay una lección que aprender: no pierden la oportunidad de hacer el bien cuando todavía hay tiempo. Se pensaba que el mutismo y el no decir buenos días eran propios de la época de los avances tecnológicos y económicos. Se prefiere el anonimato a saludar con amor y decoro.
Primero es vivir, luego viene todo lo demás…
P. Efraín Zabala Torres
Editor