Es un precioso líquido, un regalo de Dios. Sin agua no hay vida, se secan las rutas de la mirada dulce. Sentir y ver un aguacero es tocar un poco el diluvio universal, cuando los cielos bajaron en cataratas e inundaron la tierra. En día de calor se añora un vaso de agua, un prolongarse en los aljibes eternos. “el que diera un vaso de agua, no quedará sin recompensa”, dijo Jesús proyectando su corazón y su mente.
Puerto Rico develó su sequía originaria e hincó pozos vecinales. La familia entendía bien lo que era el poso de la samaritana, a donde ella iba a llenar una vasija y se encontró con el poso de Cristo. Esa imagen bíblica trae recuerdos, de la cooperativa vecinal que se hacía grande para dar agua a muchos.
Hoy se desconoce la realidad de aquellas idas y venidas, que eran procesiones con autoridad de los padres. “Cuando llegues de la escuela, vas a buscar agua al poso”. El muchacho, o muchacha tragaba fuerte porque venía caminando millas desde la escuela. Ahora tenía que subir la cuesta con un cántaro o con una lata sobre el cuadril o la cabeza.
Les pregunté a unos de la ruralía que si ellos sabían dónde estaban los posos hincados por sus abuelos e hicieron mutis. La relación agua-vecinal y ciudadanos están en precario, ni siquiera se deleitan en el agua plácida, en ver el milagro siempre oportuno y bueno. Prefieren la botella de agua, ir a comprar, mirar lo natural como ave del mal agüero, o cosas de un pasado que hay que olvidar a cómo de legar.
Educar va por los rieles de amplitud y admiración de las cosas. El que aprende sabe que el pensamiento fluye, que hay que ponderar el ayer para no caer en la mirada simple y vacía. A través del pozo familiar, del rio, del lago, del mar se va escalando la íntima conexión con las cosas. No se puede vivir en un modernismo a secas, ni obviar la llamada de la naturaleza.
La propaganda y la publicidad establecen su poderío y la multitud se acoge a lo obvio, a lo fácil y se torna escéptico ante lo que un día fue su agua y su sustento. Jamás andan por el monte, ni se extasían ante el amanecer luminoso, ni se acuerdan de su herencia rural. Han echado en saco roto toda una forma alterna que da resultados buenos en tiempos de huracanes o terremotos.
El agua purifica, limpia, refresca. Dar gracias a Dios por ese regalo es abrir las compuertas de la fe y asegurarse de la misericordia de Dios. Siempre se piensa que lo comprado supera con creces al huerto de la dádiva y de la transparencia divina.
P. Efraín Zabala Torres
Editor