En una sociedad en que el chanchullar se ha convertido en un estilo, se echa de menos la sinceridad y la honestidad. Las relaciones personales bálsamo y equilibrio pasan por el método del desgaste valorativo. Se piensa que salir a flote en cada circunstancia, utilizando cualquier método es la llave de amortiguar los golpes de la vida.
La irreverencia a la verdad propicia la fea actitud de andar siempre por las ramas, de domesticar los principios morales para salirse con la suya. Esa ruta, establecida por los afanes materialistas, permite un desarraigo de los valores. Se impone la dependencia, los relatos dantescos, las historias más inverosímiles. Lo importante es ganar la batalla en esas guerras organizadas desde el dinero con señor y dueño.
Se ha debilitado el pensamiento virtuoso y se vive del pulseo con lo material dejando a un lado la fe sanadora y la elegancia humana. Guardar en el bolsillo los argumentos dignos va de la mano de “ya yo tengo mi futuro solucionado”. Esta visión de mundo debilita las energías vitales y hace que todo gire en torno a una quietud mental y física. “yo no puedo trabajar en eso”, porque detrás hay un debilitamiento de fuerzas, gracias a una manera angosta de ver el mundo.
Domina la debilidad enfermiza versus la fuerza de la superación. Como el quijotismo está de capa caída, se pone todo en manos del gobierno. Falta el discernimiento interior, la fuerza del espíritu, la escuela tradicional hogareña que proveía luz en las tinieblas. Ahora los pobres desconocen donde quedó el pozo, altar del sacrificio de padres y abuelos, agua gratis para calmar la sed. Se prefiere ir a los templos del consumismo y llegar con el cargamento como proeza y satisfacción.
Las palabras honor, dignidad, decoro, parecen ser de otro diccionario ya superado por la avalancha de un ritmo comercial que atemoriza con sus propagandas y fantasías. Los niños se educan en el torbellino de regalos, bombones, juguetes. El cuartito pequeño es copia de un almacén con su mercancía a todo vapor. Se pierde la orientación básica de la ingeniosidad infantil, de las destrezas de la inocencia.
En un país frente a las encrucijadas más apremiantes, se echa de menos la capacidad de vivir en armonía conmigo mismo, haciendo uso de lo racional y de las fuerzas vitales. Pensar que alguien vendrá a dar la mano, por puro amor, es desatar los espejismos, caer en pesadillas enfermizas. El tiempo perdido será como un espíritu en medio de nuestra realidad.
Es básico educar en la honestidad y no dar rienda suelta a los desmanes puramente económicos. Esforzarse por lo justo y lo bueno es la fórmula liberadora, un canto a la esperanza. Tratar de convertir al pueblo en buscadores de tesoros sueltos, viviendo a contrapelo de la política indica un decaimiento moral, un desaire a la verdad y la justicia.
Pasar sobre carbones encendidos, con más finalidad que tocar los tesoros, es quemarse corazón adentro. Siempre rige la lealtad a los principios y la buena voluntad de partir el pan para todos. Es una sanación.
P. Efraín Zabala Torres
Editor