La ordenación episcopal del P. Ángel Luis Ríos vista a través del canal 13, hizo mella en mis recuerdos de Monseñor Ulises Casiano. Nos conocimos en el seminario Regina Cleri y la amistad se transformó en hermandad, en diálogo sacerdotal, en enriquecimiento mutuo. En las noches, a eso de las diez, sonaba el teléfono y era él con su sencillez acuestas, con su deseo de compartir un acontecimiento eclesial o pueblerino que había pasado en sus andanzas pastorales por toda la Diócesis.
Amó a la Diócesis de Mayagüez y la transformó en diálogo abierto, en verdadero vigilante de las cosechas eclesiales que se daban en las comunidades. La Semana Mayor tenía rasgos de ayer y hoy, una amalgama de inspirada nostalgia española y fluidez religiosa puertorriqueña. Carrozas, procesiones, flores y música con sabor isleño, asfaltaban el corazón y reunían el pasado y el presente en una mística boricua que alzaba su copa ante los días de placidez espiritual.
La misa crismal era precedida por una cena para los presbíteros que en esa noche especial harían énfasis sobre su vocación sacerdotal, su entrega y su apostolado inspirados en el Vaticano II. Del comedor-refectorio pasaban a la Catedral, Nuestra Señora de la Candelaria, para celebrar los Sagrados Misterios y constatar que la Catedral, se miraba en otro espejo en el de la belleza y la re-construcción obra de Monseñor Casiano y sus ayudantes.
El hospital de la Concepción en San Germán tuvo afluentes de sacrificio y muchos viajes hacia Estados Unidos en búsqueda de préstamos y dinero necesario para una obra de tal envergadura. Sus esfuerzos fueron colmados y la ayuda económica se convirtió en andamios para el edificio que albergaría los conocimientos científicos para una medicina de gran entronque espiritual y humano. El día de la inauguración el nuncio apostólico y la representante de los hospitales en Estados Unidos se hacían presentes en una ceremonia de gran sentido eclesial y social.
Todo el esfuerzo de Monseñor Casiano estaba acompañado de una actitud de amor a la Iglesia, de amor a su país. Su residencia en Mayagüez Terrace era de acogida; de conversaciones de gran sentido humano. Sin alardes, con su proverbial entusiasmo y su don de gente; pudo establecer las rutas que brotaban de las veredas siempre nuevas del catolicismo. Esa región del País estaba marcada por el paso de fe para todo el País, un atisbo de la fe de los siglos con su trofeo, la Cruz de Cristo.
Monseñor Casiano, primer obispo de Mayagüez, ha dejado un legado en su proverbial euforia en el Pueblo de Dios, que agrupa la fe, el amor y la esperanza para toda la Iglesia. Su instinto de pastor a tiempo completo le llevó a pastorear una diócesis en plena ebullición social y económica. Ha dejado su retrato en cada detalle, en su sacrificio sacerdotal, en su sencillez que era una parábola viva.
Monseñor está en mis recuerdos y en mi agradecimiento. Siempre que venía a San Juan pasaba por mi parroquia y echaba a volar su personalidad tan real y viva. Ya tenía adeptos entre la feligresía que le reconocían al partir el pan, al ser tan cercano y tan amigable.
P. Efraín Zabala Torres
Editor