La cátedra está dada, está escrita en cada uno de los rincones del País. El alumno entusiasta de valorar la escritura sobre la pared, saca provecho de la lección, que es ímpetu para ver la vida desde un horizonte más claro y audaz. Se aprende desde el amor, que es el abrazo más tierno, una apertura hacia el diálogo universal y vecinal.
Cada detalle suple el anhelo de ver mejor, de aquilatar lo que se tiene en reverencia al misterio de la vida. El magisterio familiar agudiza el sentido de participación tan necesario para ver a los demás como cercanos en la búsqueda de la verdad. Se observa todo desde la solidaridad, un junte con razones del alma, un desagravio a la soledad y a las distancias establecidas.
Desde niño se agudiza el deseo de conocer, de ampliar la pequeñez territorial con recursos de la ferviente admiración, por el intercambio de afectos. El borrón de la clase magna, dada por los padres, repercute en el desafío de lo bueno, lo justo lo esplendido. Una vez se hiere el corazón, se cae en el simplismo de las migajas emotivas, de los encerramientos catastróficos.
Aunque las primeras lecciones vienen amparadas por la inocencia, éstas contribuyen a ver la realidad desde el recurso de la legítima orientación de las cosas. Hogar y naturaleza, se funden en un todo de supervivencia, en una especie de código no escrito. El sol, el aire, la lluvia, la nieve, alimentan la esperanza, constituyen la otra cara de la moneda. Orientarse en el vasto mercado de la naturaleza es simpatizar con el medio ambiente, ser aliados de la existencia más amplia.
Todo lo que nos toca vivir trasciende el marco de un yo en negación, que trata de entender los fenómenos naturales desde el rinconcito limitado, o desde el gigantismo empresarial. El mollero no es suficiente para imponer el orden. Se requiere de una especial actitud, una mirada de ternura que recurre al éxtasis, a la oración como oxígeno esencial en días de turbulencia y desesperación.
Aprender incluye el abrazo cósmico, el diálogo en el clima y la delicadeza de espíritu con todas las criaturas. No vivimos solos, ni de espalda a esa otra piel que exige reivindicación de las actitudes ofensivas y malsanas. Pensar que el blindaje económico puede revertir el empuje de la naturaleza es pecar de ingenuos.
Cada año tiene lo suyo. Sobre las inconsistencias naturales debe surgir el anhelo de pactar con el medio ambiente en vez de declarar una victoria anticipada, o un deleite en dirigir los pasos de los fenómenos naturales. Las experiencias vividas son texto obligado para no acelerar un triunfalismo que a la larga se convierte en miedo y destrucción.
Es propio aprender, sacar consecuencias de las lecciones pasadas para no perecer en la ignorancia o a merced de la incompetencia y el desdén.
Padre Zabala Torres, Editor
El Visitante de PR