El joven cartero de Morovis se sintió abrumado por el dolor y las lágrimas que aquellos compueblanos mostraban en sus rostros por falta de un dinero que les venía como anillo al dedo. Descubrió la razón de porqué las cartas enviadas desde el Departamento del Trabajo se quedaban atascadas porque la dirección decía “la misma”. El preocupado cartero encontró la causa y así lo comunicó a sus vecinos y conocidos.

Esa acción, fruto de una interiorización de gran vuelo, hizo la gran diferencia. El joven optó por dar la milla extra y exponerse a sanciones por parte de sus superiores.  No dudó en esclarecer la causa de la demora y así proyectarse como cirineo de sus hermanos.  Pudo haberse refugiado en cumplir su deber y mirar para otro lado. Sin embargo, abrió la caja de Pandora, aclaró el proceder extraño que se convirtió en masacre mental para muchos.

Arriesgarse es una forma de amor, de dar con la verdad, de puntualizar el error.  Ser indiferente, o mirar para otra parte, es fruto de la pequeñez colectiva. Escasean los que hacen comentarios acertados, los que rebuscan el por qué, los que van hasta las últimas consecuencias. Se han convertido las relaciones humanas en treta individual, en mirar a través de las celosías, en chismes y enredos.

La preocupación principal debe girar en torno al prójimo, a quitar obstáculos, a reivindicar la torpeza y la incapacidad para vivir adecuadamente. Ese intercambio de buena voluntad trae consigo ganancias humanas que son un caudal siempre útil para crecer como persona. La indiferencia, suplicio de estos días, permite la deplorable condición de ver y dejar pasar, de obviar el asunto que compete a todos.

Salir del paso parece ser un estilo superficial, un engendro de la incapacidad mental. Se pretende impresionar, hacer referencia a las sutilezas técnicas, pero se deja afuera la responsabilidad y el deseo de dar la mano. Es fundamental caminar por la rectitud que lanzar fuego artificial para impresionar y dar la sensación de logros maravillosos.

Se es primero persona; liberados de otros a base de compasión y ayuda. Nada se logra con la acción fría y lejana. Acercarse a la necesidad de los demás atrae la mirada de Dios, refleja un compromiso vital, una mano amiga. Ampararse en “eso no me toca a mí” es ayudar a propagar la indiferencia que tanto maltrata.

El joven cartero, ha recibido su paga. Los agradecidos le han colmado de regalos y bendiciones. El fervor del que quiere hacer el bien se vacía en el reconocimiento de sus amigos y vecinos. Bonita forma de respaldar la buena obra que es medicina para estos días enfermizos y tormentosos.

P. Efraín Zabala

Editor de El Visitante de Puerto Rico

 

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