¡Qué alegría que las mujeres fueron las primeras testigos de la Resurrección! Son las mujeres las que reciben el primer aliento de vida eterna de Jesucristo glorificado. Jesús toma la iniciativa y desea que sean ellas quienes se adelanten en la vida transformada por la resurrección. Son ellas las antorchas vivas de la alegría, la valentía y el anuncio; las tres virtudes que Jesús enciende en sus corazones. Son ellas las responsables de flamear los corazones fríos de los discípulos desesperanzados. Las primeras palabras de Jesús resucitado fueron: “Alegraos. No tengáis miedo: id a comunicar…”. Él sabe que sus hermanos están extraviados por la tristeza, el miedo y el silencio; las tres actitudes incompatibles con la resurrección. ¿Acaso tu actitud hacia la vida es dura y amarga? La tristeza, cuando se convierte en la dirección de la vida, nos aleja de la luz.

Para el cristiano la alegría no es un sentimiento que varía por las circunstancias. Esta se convierte en una llama en el corazón de aquellos que deciden ser felices. Por otro lado, ¿tienes miedo de las respuestas de Jesús a tus preguntas más profundas? ¡Que no te detenga para escuchar la verdad que duele, pero libera! Creer en la resurrección supone adentrarse en caminos oscuros, con la esperanza en la mano agujerada y gloriosa que te sostiene. Y en tercer lugar, ¿callas ante las injusticias cometidas contra ti y tu prójimo? ¡El silencio es cómplice de la maldad! La resurrección es una rebelión de la paz sobre la violencia, de la justicia sobre la corrupción, del amor sobre el odio. ¡Hagamos silencio y el mundo morirá y nosotros con él! ¡Una Iglesia triste, temerosa y silenciada sucumbe en la cruz sin esperanza de resucitar! ¡Somos herederos de la vida eterna! ¡Debemos creérnoslo para vivir a la altura de este don!

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