La memoria histórica, asignatura inexistente en las aulas, es privilegio de nuestros mayores. Al toque con la suavidad de la piel y el afecto como estruendo amoroso, los abuelos revertían las penas y custodiaban la historia con vehemencia de agradecimiento y de luz comunal. Deshojaban las alegrías y los malos ratos, las bellas tradiciones, la jornada laboral que era responsabilidad y tarea para cumplir con lo mandado en el Génesis.

Los abuelos, descifran la realidad dura desde el altar del hágase tu voluntad que ellos trataron de cumplir a cabalidad. Aquellos días de vida azarosa, junto al fogón y el pozo de agua, dejaron huellas de virtud y abreviaron la lista de los desmanes que siempre aparecían en cada ocasión. Siempre ataviados con la paciencia y la generosidad se convertían en narradores de la vida con su dosis de lágrimas.

Sin abuelos, puestos en cuarentena por los despilfarradores de tonterías, se pierde el equilibrio ayer-hoy. No se puede entender esta realidad vibrante sin oír la narrativa de aquellos tiempos de huracanes, terremotos, plagas y pobreza. La misma forma de atender las enfermedades a base de plantas medicinales, oración y sacrificio constituía una forma alternativa para devolver la salud, tan necesaria para estos días de pastillas, costos exagerados y locura a flor de piel.

Dar el máximo es actitud fundamental para que los nietos, olvidados por los hijos o puestos en subasta pública, no carezcan de amor y comprensión. Después de peinar canas, acogerse al seguro social, nuestros mayores se enfrentan a salir en defensa de los nietos y a olvidarse de su alimentación y medicinas. Lo poco que tienen se reparte entre unos y otros, uniéndose así la fila de los pobres y necesitados.

Se piensa que los más robustos y jóvenes sean acogedores y cirineos para esa generación que se inmoló en el batatal y hoy vive en la intemperie de los afectos y los sentimientos. La ley del embudo predomina y el egoísmo no tiene límites cuando hay que pedir prestado a los abuelos para resolver cualquier premura de dinero, o a cualquier antojo de última hora.
Las generaciones existen para reforzarse mutuamente y estabilizar lo social, económico, y las creencias religiosas. Cuando los más fuertes se apoderan de hacienda, alcancía y vocerío se crea un llanto social y la insatisfacción domina el escenario.  Se pierde la confianza y la vida loca adquiere dimensiones insospechadas.

Abuelita, nárranos un cuento…. “que dure una hora, que no hable de muertos”. Así regresaremos a la lucidez y a la cordura tan necesaria en estos días.

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