Cuando El Visitante llegó una tarde veraniega de junio al pueblo de Cataño para conversar con el diácono Ángel Oquendo le encontramos cerca de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, cuando compraba helados a sus nietos. Después de echar la bendición a sus querendones caminamos hasta el salón de actos parroquial y allí conversamos acerca de su vida, una en la que ser diácono, padre y esposo como ecuación existencial ha sido lo más importante.
Con dos hijos, cinco nietos y uno por llegar, el diácono Ángel Oquendo, se reconoce como una persona feliz: “Ya desde temprana edad yo sentía ese temor de Dios, ese intento de caminar por el camino más correcto. Y eso me ha ayudado a sentir la felicidad”. Una sensación que se extiende a través de sus 72 años de vida, de los cuales 30 trabajó en el Centro Médico; un tránsito que tuvo uno de sus puntos culminantes el 22 de junio de 1984, cuando fue ordenado diácono de la Iglesia Católica en Puerto Rico.
Desde entonces y durante décadas ha ofrecido su servicio en la Parroquia Nuestra Sra. del Carmen del pueblo de Cataño, en la Capilla San José Obrero de la barriada Juana Matos y por dos años en la Parroquia Santa Teresita en Ponce.
A nuestra pregunta de qué o quién le impulsó a ser diácono dice: “En el comienzo me estimularon los propios hermanos de la iglesia. Y me dejé impulsar, me dejé llevar porque vi que era algo importante en la fe”. Sin embargo, más adelante en la conversación y mientras rebobinaba la memoria el diácono Oquendo reconoce la deuda que tiene también con sus abuelos maternos, Vicente Serrano y Filomena Gutiérrez, por el testimonio que le ofrecieron: “Ellos eran personas de fe, de oración y de rosario diario, personas de iglesia. Mi abuelo era el que se dedicaba en el barrio a conseguir a todos los muchachos que no estaban bautizados para llevarlos a la iglesia para que los bautizaran”.
Oquendo jamás sospecharía que muchos años después y siendo ya diácono heredaría, en cierta manera, ese compromiso particular del abuelo hacia el Sacramento del Bautismo. Al respecto expresa: “Cuando bautizo siento que me lleno de una gracia, de un don, ya que en mis primeros años de diaconado tuve unas experiencias muy bonitas que así me estimularon”.
El diácono Oquendo se refiere a tres experiencias muy particulares en las que ha tenido que ir a hospitales a petición de padres para bautizar a sus hijos en peligro de muerte. En cada uno de los casos, sin embargo, y después de haberles bautizado, la enfermedad de esos niños se tornó en sanación. Y aunque ha pasado tiempo de esos sucesos, todavía Ángel lo relata con un rostro de sorpresa y emoción: “Todo eso me estimula a que yo siga bautizando. Cada vez que bautizo me entusiasmo, y cuando sé que tengo que bautizar vengo con gozo y alegría”.
Este diácono oriundo del barrio Pellejas en el pueblo de Adjuntas y devoto de la Virgen del Carmen considera que lo más importante para prepararse en la fe y ejercer el diaconado es tener discernimiento a la hora de tomar decisiones. Esto por las diversas responsabilidades que un hombre de iglesia tiene también como padre, esposo y trabajador. “Al fin y al cabo todas esas decisiones que uno toma como diácono son maravillosas porque te ayudan en el matrimonio y para cuidar y criar a los hijos”, reflexiona.
Esa formación que ha recibido gracias a su vocación eclesial, le ha permitido además contemplar de otra manera algunos momentos dolorosos de su vida. Uno de ellos es la pérdida de su señora madre, Carmen Serrano cuando él era apenas un adolescente. “Mi mamá murió a los 33 años, cuando yo tenía como 12 años. De ella recuerdo que siempre estuvo cerca, fortaleciéndonos a mí y a mis hermanos”. Y añade: “¡Cómo me gustaría tener a mi madre viva y no la tengo! Esto es algo que nos toca a todos: unos van antes y otros después pero como que en esta etapa de mi vida me hace falta”. Y reconoce que lo expresa de esta manera porque vio cómo su esposa Gladys trataba a su mamá, Santa García de Jesús, quien vivió con ellos en la etapa final de su vida: “Mi suegra, doña Santa fue muy buena con sus hijos, y donde muere es en nuestra casa, temprano a las 7 de la mañana en nuestras manos. Se fue como un pajarito”.
En esta tertulia diácono Oquendo, cuando hablamos de su infancia, recuerda también a su padre de quien recibe su nombre y quien era carpintero: “Una vez mi papá me hizo un tiple pequeño de cuatro cuerdas, en otro año un carrito de madera con ruedas de palo; detalles que mi papá hacía muy bien por sus habilidades como carpintero. También me acuerdo que cuando a las tres de la tarde se tomaba su café negro y sin azúcar yo estaba pendiente a él para que me dejara un poquito”.
Y con el mismo cariño que revela a la hora de compartir esas memorias habla de la persona a quien considera como su mano derecha, su esposa. Y es que ya van 45 años desde que él y Gladys Matos García dijeron sí al Sacramento del Matrimonio el 28 de noviembre de 1970. De su esposa dice que es como una directora espiritual, porque como siempre está en su compañía ella sabe los errores que él comete y le ayuda a la hora de corregirlos. “Ella me ha hecho ser feliz, me ha permitido lograr y entender el amor de padre, de madre; ha sido ella la que me ha permitido descubrir más de esos amores”, manifiesta.
Sus hijos Carmen y Ángel son muy unidos a su padre, aunque en estos momentos su hija mayor se encuentra fuera de Puerto Rico. Sobre su experiencia como padre comenta. “Mi experiencia como papá ha sido muy buena. Puedo decir que mis hijos han venido a mi vida para ayudar y fortalecerme en la fe”. Y cuando contrasta esta vivencia con la que está teniendo con los nietos, señala: “Se dice que ser abuelo es algo distinto porque cuando uno tiene a sus hijos está en la etapa de estar trabajando y el tiempo que uno tiene libre para disfrutarlo con ellos es más corto. Ya cuando uno tiene a los nietos uno está retirado, no tiene obligaciones de estar fuera y tiene más espacio para compartir. Para mí estar con los nietos es una experiencia muy bonita, buena y sanadora. Una vivencia que todo padre y abuelo debe disfrutar”.
Y como conclusión a esta enriquecedora conversación, le pedimos al diácono Ángel Oquendo que dirija unas palabras a quienes comienzan a transitar ese camino de fe y servicio que es el diaconado. Después de escuchar nuestra petición, tras guardar unos segundos de silencio, aconseja: “Ser diácono es un reto, pero es algo que se debe lograr con la ayuda de Dios. Como diácono nuestras oraciones no se pueden olvidar. Tenemos que orar siempre para que el Señor nos dé la fortaleza para ser un buen esposo y un buen padre para desarrollar una familia de fe, amor y comprensión. Como diáconos tenemos que dar ese testimonio para el bien propio y para el bien de la Iglesia. Para eso hemos sido llamados”.