Por ser palabra de Dios dirigida a nosotros, los hombres/mujeres; por enseñarnos el recto camino que conduce al cielo; y por haber sido guardada y defendida por nuestros padres, incluso con pérdida de sus vidas, la Sagrada Escritura — la Biblia— merece toda nuestra devoción y veneración.

A este respecto, el Concilio Vaticano II nos dice que “la Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, como ha venerado siempre el Cuerpo de Cristo pues, sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y de partir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre a la Biblia como suprema norma de su fe, unida a la Tradición ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y de los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión Cristiana, se  ha de someter y rezar con la Sagrada Escritura.

“En los libros sagrados, El Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye el sustento y poder de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente limpia y perenne de la vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: la palabra de Dios es viva y enérgica (Hebreos 4,12), puede edificar y dar la herencia a todos consagrados (Hechos  20, 32).  (Verbum Dei 21).

Amor, agradecimiento y respeto

Para ser aceptable a Dios, esta veneración de la Sagrada Biblia exige un profundo amor a la misma, sincero agradecimiento al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por habérnosla dado y conservado a través de los siglos; y, sobre todo, un absoluto respeto a la VERDAD de la misma. Tergiversarla, es un crimen de lesa Divinidad.
Siga leyendo, lector querido, que este es un punto interesantísimo para todos.

Al hablarnos a través de los 73 autores secundarios de la Biblia, Dios quiso manifestarnos ALGO concreto y claro, pues Dios no puede engañarse ni engañarnos. Pero lo que fue claro para esos autores secundarios de la Biblia, no lo es tanto para nosotros, separados de ellos por miles de años y de culturas y lenguas diferentes.

Por no respetar la VERDAD de la Biblia –y, quizás, por otras razones inconfesables— han nacido de ella mil y pico de iglesias y confesiones protestantes y evangélicas que, no obstante predicar y enseñar diversas enseñanzas, todas dicen descaradamente fundarse en la misma Biblia. Se llaman “cristianas”, pero algunas de ellas ni siquiera admiten la divinidad de Jesucristo.

Nosotros, los católicos, lo tenemos más fácil. Sabemos que Cristo fundó UNA SOLA IGLESIA (hacer lo contrario habría sido una locura (Mateo 16, 18); que a esta sola Iglesia Jesús prometió que le enviaría el Espíritu Santo para que le recordara todo lo que ÉL LES HABÍA  ENSEÑADO (Juan 14, 26); y QUE ÉL ESTARÍA CON ELLOS (con los apóstoles) HASTA EL FIN DEL MUNDO. (Mateo 28, 20).

Estas promesas de Jesucristo hacen a su Iglesia—LA CATÓLICA—la depositaria única de todas las verdades que Él tuvo a bien enseñarnos, por lo cual le debemos dar infinitas gracias.
¡QUE NUESTRO COMPORTAMIENTO SEA DIGNO DE TAN GRANDES PROMESAS!

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