En un mundo donde alcanzar logros económicos; donde tener se ha convertido en sinónimo de éxito es sin duda un gran llamado de atención lo que nos brinda hoy la palabra de Dios. Ella nos conduce, toda ella, a repasar dónde hemos puesto nuestras prioridades y volver a retomar el camino propuesto por Dios. Es sin duda un gran reto en tiempos en que parece que tenemos perdida la batalla. Ante un mundo materializado, hedonista, conducido por una fuerte tendencia al consumo desmedido, nos toca a nosotros hoy decirles que basta ya. Que tenemos que volver al camino de la austeridad, de tener solo lo necesario, que debemos compartir nuestra pequeña o gran riqueza; es solo así que podremos hacer del Evangelio una propuesta de vida.
Adentrémonos en la palabra de hoy y descubramos la gran riqueza que la misma nos aporta para llevar a cabo una revisión de nuestra vida.
En la Primera Lectura se recoge un reconocimiento al valor de la sabiduría y nos lo compara con lo que se considera la riqueza del mundo. El oro y la plata, metales siempre valorados como de gran valor, además de la salud y la belleza, buscados desde todos los tiempos, son utilizados para indicarnos como elementos de comparación, que la sabiduría supera a todos ellos y que la misma es requerida como don primordial porque “con ella me vinieron todos los bienes juntos”.
En el Salmo Responsorial pueden distinguirse tres secciones: vv. 1-6, la eternidad de Dios y la pequeñez del hombre; vv. 7-12, la cólera divina y los pecados del hombre; vv. 13-17, estos últimos son los utilizados en la liturgia de hoy que nos hablan de ansias de rehabilitación nacional. Un claro llamado a “adquirir un corazón sensato” de manera que la transformación deseada sea alcanzada. Una petición para recibir la misericordia y así alcanzar la “alegría y el júbilo”. Todo está dirigido para alcanzar la bondad del Señor para y así lograr la prosperidad deseada.
La Segunda Lectura nos ofrece una descripción contundente y drástica sobre la fuerza de la palabra de Dios en nuestras vidas. La misma llena todo nuestro ser, hasta lo más profundo: “penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos”. Es así como este anuncio gozoso de la palabra todo lo penetra, todo lo conoce.
El Evangelio recoge un encuentro de Jesús con un hombre que se acercó porque quería conocer con profundidad qué cosas tenía que realizar ante este proyecto que Jesús estaba anunciando. Jesús le recuerda lo que todo israelita tenía que conocer y vivir: los mandamientos. La respuesta no pudo ser más hermosa: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Nos señala el evangelista que la mirada de Jesús fue de cariño. Pero le pidió la radicalidad propia de su llamado: libérate de todo, reparte lo que tienes y siendo ya libre entonces puedes seguirme. Era muy rico y se fue: no estuvo dispuesto a desprenderse de su riqueza. Es entonces que Jesús aprovecha para recordar: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero». Jesús les insiste que solo quien se libera de aquello en lo que ha puesto el corazón, y que no corresponde a los valores del reino, evitará alejarse de la gran propuesta que nos hace el Señor.
Desprenderse, liberar el corazón de aquello que nos esclaviza y nos convierte en seres adheridos a la materia, hará posible que podamos encontrar el camino hacia el reino, porque de lo contrario el “reino” que alcanzaremos se acaba con este mundo. El reino de Dios va a requerir que lo alcancemos haciendo de la propuesta de Jesús, la nuestra. Un Jesús que rompiendo con las ataduras que le proponía su tiempo, logra que su corazón y confianza solo esté en hacer la voluntad del Padre.
Para nosotros, sociedad que cada día se ahoga en un mar de propaganda, en un llamado a tener desmedidamente, es todo un reto avanzar sin dejarnos avasallar por este ambiente que marca el avance y el progreso del hombre en su capacidad de adquirir bienes materiales. Tanto es así que una persona “exitosa” será aquella que logra tener un gran poder adquisitivo. Hoy se nos recuerda que las riquezas de este mundo nos separan de la gran riqueza del Reino, por ello tenemos que hacer una opción para que imponiéndose la sabiduría sobre la materia, no dejemos que nos separen del gran proyecto de Jesús. Cuán difícil será este camino pero solo viviendo la propuesta del maestro Jesús lograremos el reino de Dios y su justicia.