En un retiro que participé me contaron esta historia que hoy aplico al Evangelio…“Había una vez un rey que cada día dedicaba un tiempo a escuchar las peticiones de sus súbditos. Y cada día un hombre bueno, vestido de mendigo, se acercaba al rey y le ofrecía una fruta muy madura. El rey la recibía y se la entregaba al tesorero que estaba detrás del trono.

Un día, al cabo de muchos años de repetirse este gesto, un mono del palacio vino a sentarse en un brazo del sillón del trono. El mendigo acababa de ofrecer al rey su fruta y este se la dio al mono.

Cuando el simio la mordió, una joya de mucho valor cayó al suelo. El rey, maravillado, le preguntó al tesorero qué había sido de las otras. El tesorero no respondió porque había tirado las frutas por la ventana a un patio interior. El tesorero corrió al patio y allí, en el suelo, encontró las frutas ya podridas y un montón de joyas preciosas. Un mono –gracias a un mono- que se atrevió a morder la fruta se descubrió el tesoro que le regalaba, cada día, un hombre bueno. Hermoso cuento que vamos a descifrar a la luz del Evangelio.

El hombre bueno, vestido de mendigo, es Jesús que nos ofrece día tras día la fruta del amor. Jesús es el hombre bueno que, vestido con nuestra carne, nuestros sufrimientos y nuestra debilidad, nos ofrece la fruta del perdón, del servicio y de su vida entera para hacernos nuevos y felices.

Nosotros somos el tesorero, los que recibimos del rey el regalo de la fruta. Y como el tesorero del cuento, despreciamos el regalo que se nos antoja pequeño e insignificante y lo botamos por la ventana. ¿Qué hacemos nosotros con el regalo de la Palabra de Dios, con el regalo de su mesa y con el regalo de su sangre? ¿Qué hacemos con los que no están a favor nuestro, con los niños, con nuestros pies y con nuestros ojos?

El Evangelio es siempre una llamada a la responsabilidad. Somos responsables de nuestras vidas pero también lo somos de todo lo que nos rodea. Somos libres pero también responsables.

¿Y el mono del cuento? El mono es el que sin darse cuenta, muerde la fruta, la saborea, acepta ingenuamente el regalo y revela el secreto que encierra: la joya de la salvación.

¿Quién es el mono aquí en la comunidad? Todos los que aceptan el regalo del Señor y lo hacen suyo. Todos los que se dejan ganar por el Espíritu. El Espíritu es la joya que Jesús nos ofrece a todos.

Nuestra responsabilidad no es la de prohibir sino la de dejar que fluya a través de nuestras palabras y acciones el Espíritu de Dios. Nuestra responsabilidad, la de todos, es ser testigos del Espíritu”

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