La mirada a la Palabra de Dios nos conduce a reafirmar cuán grande es el amor de Dios. Sí, de ese Dios a quien nada podemos aportarle, porque es perfecto y no necesita nada; de ese Dios que es cercano, el que a veces ni nos damos cuenta de su presencia. Ese Dios es el protagonista de esta palabra que hoy celebramos en la liturgia dominical.

En el gran proyecto que es la vida siempre procuramos caminar, construir, descubrir nuevas cosas, en fin vamos organizando ese pequeño mundo nuestro sin que a veces nos percatemos que Él, sí, el Señor de la vida, está siempre atento y nos lleva de la mano para que nunca estemos perdidos; para que nada pueda separarnos de su amor.

La Primera Lectura nos invita a darnos cuenta de esto. Por medio de esta reflexión el autor lleva al pueblo de Israel a reflexionar sobre su ser y lo importante que es para Dios. Por un lado le recuerda que la grandeza de Dios es de tal grado que somos insignificantes. Pero este ha querido amarnos y ser parte de nuestra vida sencillamente porque así lo ha decidido: “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, […] amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho”. Sencillamente así es Dios, amigo de la vida nos recuerda el autor; por eso nos cuida y protege.

En el salmo 144, el salmista comienza proclamando alabanzas a su Dios, que es Rey de todo lo creado. Nada ni nadie es digno de alabanza más que Él. Pero además se encarga de animar a otros a tomar conciencia de esa bondad y cariño de Dios para con todas las criaturas. Un corazón que ha experimentado este amor es capaz de poner todo su empeño en alzar la voz y hacer llegar a todos esta realidad para que la experiencia conocida sea asumida por otros. El Señor, nos insistirá el autor, es indulgente y misericordioso, lento a la ira, pero lleno de compasión con el pecador.

Nada hay más reconfortante para un cristiano que saber que alguien reza por él, señal de que no está solo, de que la solidaridad se manifiesta en medio suyo. Hoy, la Segunda Lectura nos presenta el deseo de

Pablo de que la comunidad cristiana de Tesalónica conozca que este se preocupa por todos ellos; que en el proyecto de la fe van acompañados por su amor. Pero además aprovecha la ocasión para recordarles que no deben preocuparse por una inminente parusía o final de los tiempos: no pierdan la cabeza que el fin aún no llega.

El Evangelio de Zaqueo es muy conocido por nosotros. Sí, el Zaqueo que no es muy popular en medio de su entorno, indiscutiblemente no es el que tiene más amigos. Es colaborador de los romanos, cobra sus impuestos y se cobra unos pocos más para él. Por tanto la fama que le rodeaba no era nada envidiable. Pero su curiosidad le llevó a querer ver a ese Jesús de quien tanto hablaban. Y esa cercanía que se dio trabajando las dificultades de su estatura y tener que subirse a un árbol, le llevó a la sorpresa de su vida: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. La sorpresa de Zaqueo fue mayúscula, cómo comprender que el tan buscado por todos quisiera llegar hasta su casa.

Pero ese encuentro logró algo inesperado: Zaqueo transformó su vida; se convirtió en “otro Zaqueo”: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Es por eso que Jesús afirmó categóricamente que la salvación había llegado a la vida de Zaqueo, finalizando, para aquellos que no entendían cómo el Maestro entró a casa de un pecador, con una frase contundente: “Porque el hijo del hombre ha venido a buscar y salvar al que estaba perdido”. Es eso lo que no entendían los que juzgaban la situación. No entendían lo que hoy nos decía la primera lectura: “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados…”. Y esa verdad reflexionada previamente no era fácil de digerir por los contemporáneos de Zaqueo.

Hoy encontramos muchos Zaqueos en nuestro camino; y como aquellos judíos juzgamos y señalamos las acciones equivocadas y míseras de los demás. Dejemos que el amor de Dios ame, perdone y convoque. Eso es lo que quiere que también nosotros hagamos.

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