Hoy la liturgia de este domingo nos invita a cuestionarnos, lo que es a todas luces el centro de este día: ¿en quién creemos?; ¿cómo creemos?; ¿cuánto estamos asumiendo en nuestras vidas la propuesta de aquel a quien decimos: yo creo Porque de esta respuesta nace lo que se convierte en un asunto central para nuestra respuesta como cristianos? Asumimos el proyecto del Reino a partir de cómo concebimos el reino; cómo concebimos al que lo alcanzó para nosotros, Jesucristo.
La propuesta ofrecida por Jesús nace desde su propia vida; de su forma de amar, de anunciar la buena noticia, de manifestarla a través de las sanaciones y milagros que realizó, en fin su vida fue el testimonio claro de lo que anunciaba su palabra. Por ello hoy tenemos que preguntarnos y ver si la respuesta es correcta.
La Primera Lectura del Profeta Zacarías trae consigo una carga de esperanza propia del tiempo en el que vive. Una voz que recuerda a David, el rey por antonomasia, pero el que este anuncia tendrá otro estilo diferente a ese primer rey. Es entonces que describe cómo se dará el proceso: “mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito”. Un texto elocuente, usado por la liturgia de la Iglesia para señalar la figura de Jesús.
De este Salmo responsorial nos dice San Juan Pablo II: “es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo. Como escribe santa Teresa de Ávila, “sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata”. Por eso este clamor debe ser el que todo creyente asuma: acercarnos al Señor como el que se acerca al agua para satisfacer su sed.
La Segunda Lectura carga con un término muy sugestivo: revestirse. Según la Real Academia de la Lengua revestirse significa: Vestir una ropa sobre otra; Imbuirse o dejarse llevar con fuerza de una idea. Pablo nos recuerda que esta acción es la de todo creyente: debemos de vestirnos nuevamente con la fuerza de aquel que nos hace herederos del Reino, Jesucristo. Esta acción nace por el bautismo que nos convierte en auténticos hijos de Dios, que nos brinda la fuerza para que asumamos el gran proyecto de estar incorporados a su amor.
El Evangelio nos conduce por lo que debe ser la pregunta que todo cristiano tendrá que hacerse constantemente en su crecimiento como hijo de Dios: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»
Jesús, como suele hacer, vive un momento de oración, con lo cual nos recuerda ese espacio vital que todos debemos vivir y que nos ayuda a crecer y discernir en cada momento de nuestra vida, y después lanza a sus discípulos una doble pregunta: por ahí la gente comenta sobre quien soy –recogiendo diversas mentalidades del momento sobre el mesías– pero ustedes, ¿Qué dicen? Porque ahí radica el centro de este Evangelio. Pedro asume esta responsabilidad reafirmando una respuesta que del todo no ha comprendido: Tú eres el Mesías de Dios. Afirmación que de seguro recogía su sentir pero que del todo no comprendía. Es Jesús quien va a brindarle los elementos que se le están escapando:
“«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Jesús le aporta lo que nos cuesta a todos asumir: el dolor y la cruz que trae consigo su propuesta del Reino.
Hoy tendríamos que volver a escuchar esta pregunta de labios de Jesús; y tendríamos que volver a contestarla. Con el paso del tiempo puede que este elemento esencial del sufrimiento y la cruz se nos escape, no digo a un segundo plano sino que hasta puede habérsenos olvidado o haberlo descartado de nuestro ser como hijos de Dios. La cruz, dolorosa y dura, será el instrumento que hemos de abrazar como portaestandarte de nuestro camino. Aquí está nuestra identidad; y desde aquí nace la gran respuesta a la pregunta que tenemos que hacernos día a día: ¿Quién es Jesús para mí?
DOMINGO XII ORDINARIO
Ciclo C – 19 de Junio de 2016
Zacarías 12,10‑11; 13,1
La voz del profeta lanza un grito de esperanza a un pueblo que vive con la ilusión de ver restaurada su grandeza como pueblo. Vendrá un nuevo líder, y la memoria de David se señala pues este evoca la grandeza de otro momento. Pero el que viene llega con otro estilo: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito”.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 62) Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
El salmista tiene una gran necesidad de un encuentro con el Señor y lo expresa desde esta imagen: de la misma manera que la tierra sin agua está muerta, y solo hasta que se riega vuelve a la vida, así anhela el hombre alcanzar al Señor para tener vida en Él.
Gálatas 3,26‑29
Para Pablo no ha distinciones ni divisiones entre los seres humanos pues todos se han revestidos de Cristo, y este revestimiento, este retomar el camino de la salvación por medio del bautismo, nos hace hijos a todos; convirtiéndonos a todos en herederos.
Lucas 9,18‑24
¿Quién soy yo para ustedes?, será la gran interrogante que todos hemos de hacernos. Es la que le hace el Señor a sus discípulos. Recibe una respuesta a la que el Señor añade un elemento no asumido: el sufrimiento y la cruz.