Un anuncio gozoso y comprometedor es el que hoy nos anima a vivir el Evangelio. Porque lo que hay que tener muy claro en esta vida es que el anuncio de Jesús tiene que ser compartido. Sin darnos cuenta nuestras conversaciones cotidianas se han convertido en un comunicar malas noticias, o noticias incompletas o mal anunciadas. Eso hace que el corazón se llene de desesperanza y se sature de problemas. Claro está no podemos dejar de enfrentar esas dificultades de cada día, ni las más complejas de nuestra historia. Solo hay que dar una respuesta de esperanza, hay que ser parte de la solución; y esa la brinda Jesús.

 

Dentro de este camino veraniego, podríamos olvidarnos o dejar a un lado esta labor y no debe ser así. Esto no consiste en organizar ninguna jornada de reflexión, tampoco un proyecto de visitas. Basta con hacer de este momento uno en el que con nuestra vida digamos que Jesús vive en nosotros; y que nosotros nos dejamos guiar por Él.

 

La Primera Lectura nos lleva por un camino de esperanza manifestado en la acogida de Dios a su pueblo. Describe el profeta una escena hermosa pero no fantasiosa sino fundamentada en la promesa de Dios. Ese Dios que ha visto a su pueblo caer y levantarse; ese Dios que le ha enfrentado ante su miseria como pueblo pecador, pero, pese a ello, siempre ha ratificado su amor hacia el pueblo de la promesa. El Señor dice… “os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados”. Esta consolación es la fuerza llena de esperanza que provocará en el pueblo ánimos para seguir la marcha.

 

Este salmo expresa con múltiples imágenes un sentimiento de admiración. Pero, más allá de la naturaleza y el mundo que percibe con los sentidos, el hombre adivina otra realidad que le transciende. El Salmista reconoce lo admirable que es el mundo pero mucho más lo es Dios, que lo ha creado. La belleza de la obra siempre es un puente tendido que nos acerca al Creador. Esta belleza no siempre es idílica, ni causa siempre sensaciones necesariamente plácidas. Ante el espectáculo del universo, el ánimo sensible se ve sacudido por una mezcla de asombro e incluso espanto: “¡Qué temibles son tus obras!”. En esta exclamación se percibe, de manera simple y honda, la limitación humana y su incapacidad para dominar las fuerzas naturales. La grandeza de Dios siempre provocará sentimientos en el hombre.

 

La Segunda Lectura recoge la afirmación de Pablo, en lo que será su centro de reflexión: la cruz de Cristo. Este signo, escandaloso en los primeros tiempos de la Iglesia, no parece ser problema para Pablo. Toda su respuesta al Evangelio está fundamentada en la entrega amorosa de Jesús en el calvario. Es el distintivo que nadie puede rechazar; su gloriarse está localizada en la cruz. Una cruz que se manifiesta en ese signo o marcas que le acompañan y que le llevan hasta el sufrimiento del mismo Cristo Jesús. Por eso nadie puede contrariarlo pues él experimenta lo que anuncia con convicción.

 

El Evangelio nos propone hoy un itinerario realizado por Jesús para poder llevar a más gente la buena noticia que Él nos trae. Les recuerda a los discípulos, los 72, que deberán estar preparados porque nadie puede saber las dificultades que puedan darse en el camino; hay que estar dispuesto a enfrentarse a ellas. Les recuerda que en esa misión a realizar deberán:

  1. Ir en equipo: de dos en dos.
  2. Reconocer que son pocos, por ello hay que orar al dueño de la mies que envíe obreros.
  3. Hay que lanzarse al camino; no se puede hacer desde el escritorio.
  4. Estar atentos a que se les envíe en un ambiente inhóspito: en medio de lobos.
  5. La seguridad no están en lo que llevan, materialmente hablando, sino en la fuerza de Dios.
  6. La Paz será el regalo hermoso del que acoja al discípulo; en cambio la ausencia de esta será el castigo.
  7. Acoger la caridad que se les brinda y compartan (no cambien de casa en casa) con los que les reciban.
  8. Quien no le reciba, asumirá la responsabilidad de no escuchar.
  9. Celebrar con alegría la misión realizada.

 

Hoy se nos propone como Iglesia ser signo de anuncio. Es el Espíritu de la Misión Continental iniciada en nuestra tierra en noviembre del año pasado. Tocar las puertas, decir aquí estamos los católicos, saberse poner en disponibilidad para ayudar y animar al seguimiento de Jesús, será el gran proyecto a seguir. El Evangelio así nos lo recuerda.

 


 

DOMINGO XIV ORDINARIO

Ciclo C –  3 de julio de 2016

 

 

Isaías 66,10‑14c

Un anuncio esperanzador para un pueblo que tiene que peregrinar y hacer presente al Dios que le ama en todo momento. Jerusalén se convertirá en una madre que amamantará y les brindará el consuelo. Es así como llegará la paz verdadera.

 

Salmo responsorial (Sal 65) Aclamad al Señor, tierra entera.

Un cántico lleno de la alegría que nace del corazón del que reconoce la grandeza de Dios en la creación y alaba al creador y se sabe amado como todo lo que observa. Este amor se manifiesta en la misma historia del pueblo que corrobora su intervención.

Gálatas 6,14‑18

Nadie debe olvidar que desde la cruz de Cristo nace la nueva alianza, de la cual Él es testigo. Y es por eso que insiste en que la comunidad recuerde este hecho salvífico. Y Pablo se presenta como testigo de esa realidad:porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”.

 

Lucas 10,1‑12.17‑20

Un itinerario de misión es lo que hoy ocupa el Evangelio que escuchamos. Jesús recuerda las actitudes que debe tener todo misionero a la hora de asumir este ministerio. Muchas cosas van a encontrar en el camino, buenas y malas. Pero todas pueden ser superadas con la fuerza del que acompaña la misión: Jesucristo.

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