Hoy la Palabra de Dios nos lleva a mirar uno de los signos más claros que provoca nuestro alejamiento de Dios: los bienes de este mundo. Vivimos en una sociedad que nos satura de tantas cosas, que a veces nos hacen, o nos quieren hacer ver, que sin eso que venden no seríamos personas contentas, realizadas, bien ubicadas, en fin, no seríamos personas felices y normales si no accedemos al artículo que nos quieren vender. Y por eso vemos una lucha, casi encarnizada, de productos y servicios que nos prometen maravillas, y esto provoca que exista mucha gente frustrada por no poder tener acceso a todo lo que el mercado ofrece.
Hoy la palabra nos recuerda lo efímero que son las cosas que en el mundo tenemos y que lo que realmente importa se nos escapa por no darle cabida al que debe ser el gran tesoro al que todos debemos aspirar: la presencia de Dios que logra en nosotros la accesibilidad de un reino, que como dice San Pablo: “no es comida ni bebida sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”, (Rom. 14,17).
La Primera Lectura nos lleva de la mano de la sabiduría de Israel que reflexiona sobre la vanidad, pero: ¿Qué es? Nos dice la Real Academia Española que vanidad es: “Cualidad de vano, que a su vez es: falto de realidad, sustancia o entidad, hueco, vacío y falto de solidez”. Por tanto, a la luz de esto, el autor del libro reconoce la realidad de esta vanidad en el pueblo y procura llamar la atención a todos. Una convocatoria que ha de salir de las cosas que no dan sentido, que son un mero acumulamiento de cosas para dar un salto cualitativo y buscar la verdadera sabiduría; la de Dios.
El Salmo nos conduce, siguiendo la línea de reflexión de la primera lectura, por el camino de la búsqueda de la sensatez para hacer que el camino que se va a realizar en la vida tenga un sentido profundo: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”. Esta aclamación del salmista es toda una convocatoria pidiendo la intervención de Dios que ha sido siempre el refugio del pueblo de generación en generación. Por eso, “baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos”.
La Segunda Lectura es una llamado a la comunidad de los colosenses para que estos asuman en sus vidas lo que ya conocen por habérseles anunciado el Evangelio. Por ello su meta, ese propósito de vida que debe tener todo ser humano, máxime el cristiano, tiene que ser en una búsqueda hacia lo alto, o sea, mirar el cielo como meta, recordando que ahí debe estar la aspiración máxima. Utiliza el apóstol una hermosa metáfora: revestirse del hombre nuevo quitando el ropaje del hombre viejo; esto implica la conversión del creyente haciendo de su viejo estilo de vida algo del pasado, y así encaminarse por la nueva ruta que está sintetizada en Jesucristo.
El Evangelio nos presenta otra respuesta de Jesús a un planteamiento estrictamente jurídico: la división de una herencia. Existían normas en el Derecho judío por tanto ellos eran los responsables de lidiar con la situación. Pero el “hombre del público” quiere la respuesta de Jesús, el cual no quiere intervenir en esos asuntos. Este le responde: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?». Y a renglón seguido le propone, como suele hacer el maestro, una parábola: la del hombre que tiene una gran cosecha. El hacendado al ver superada la meta esperada tiene como respuesta el hacer graneros más grandes, para acumular sus granos y vivir una vida sin mayor preocupación, pero sin mayor compromiso que él mismo: “túmbate, come, bebe y date buena vida”. Pero la respuesta de Dios es: “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. Cuánto se podría haber hecho para ser solidario con los más necesitados pero él solo pensó en sí mismo.
Jesús invita a echar una mirada a esta palabra para descubrir la caducidad de la vida y lo importante que es siempre dirigir nuestro esfuerzo hacia los bienes que perduran; o dicho de otra manera: “no se hagan tesoros, donde la polilla y el orín corrompen. Hagan tesoros en el cielo… porque donde está tu tesoro estará tu corazón…” (Mat. 6, 19-21).
Mirar donde está tu tesoro, o sea, donde pones tu esfuerzo, empeño, alegría, toda tu energía, es fundamental para redirigir tus esfuerzos y ubicarte en el camino de Jesús.
Finalizo esta reflexión citando al Papa Francisco quien recoge hermosamente el sentido de esta palabra: “señaló que si bien las riquezas son buenas y ‘sirven para hacer un montón de cosas buenas, para llevar adelante la familia’, si es acumulada ‘como un tesoro, ¡te roban el alma!’” (VATICANO, 20 Jun. 14).