El Rey David, cuya vida conoció graves peligros y persecuciones, confiesa en este Salmo que, en los momentos más difíciles Dios fue “su Roca, su refugio, su libertado”. También esto es verdad para nosotros. Ante las dificultades que hemos experimentado con el paso del huracán María, este Salmo viene a fortalecernos, que la contemplación de la protección de Dios nos haga decir hoy con fuerte voz “Yo te amo, Señor tú eres mi fortaleza”

Otro elemento hermoso que descubrimos en la respuesta del Salmo es que esta resume en pocas palabras lo que las lecturas (primera y Evangelio) anuncian como propuesta y nosotros vivimos y celebramos: el amor a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, y el amor “al prójimo”.

Este Salmo nos brinda  una oportunidad muy buena para gozar de la oración, que no siempre ha de ser de petición o de acción de gracias. Sencillamente decirle al Señor que le amamos. Y decírselo una y otra vez.

En la celebración se lo diremos las pocas veces que requiere el Salmo responsorial. Pero puede ser la oración que cada uno se lleve a su casa hoy y vaya repitiendo en el corazón a lo largo de esta semana, en medio de la tarea cotidiana. Así nos daremos más cuenta de qué ‘quiere decir que el amor de Dios’ invade todos los ámbitos de nuestra vida: todos los lugares, todos los momentos, todo el pensamiento, todas las palabras, todas las acciones, todas las relaciones… y nuestra respuesta amorosa también hemos de darla en todas las ocasiones.

No tengamos reparo hoy en decirle a nuestro Dios “Te amo, Señor… Mi fuerza… Mi peña… Mi fortaleza… Mi liberador… Mi Dios… Mi roca… Mi escudo… Mi armadura de salvación… Mi ciudadela…”. ¡Palabras ardientes de amor! Letanía amorosa de nombres que se dan cuando se ama. No suavicemos la fuerza de estas hermosas expresiones…. “mi roca, mi escudo…”.

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