Dice un autor contemporáneo que “este salmo nos ayuda a entender que noa solo las palabras amables y gozosas pueden ser oración, también lo es el grito, porque desvela una experiencia de Dios, como gracia y perdón”. Precisamente el grito más desgarrador y más significativo de toda nuestra historia fue aquel que Jesús, moribundo, lanzó en la cruz (cf Mc 15, 34). En su grito estaban todos los gritos. Su grito revelaba la inmensa confianza que Jesús depositaba en el Padre: “Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica… De ti procede el perdón”. El Dios de la alianza es un Dios de perdón; así queda expresado en el salmo por medio de tres términos: misericordia, perdón, redención.
Algunas veces la persona se ha escondido en la nada, pero un grito rasga la noche y se levanta hacia el cielo con la certeza de que Dios escucha el clamor del pueblo; la humildad de quien reconoce su pobreza más absoluta se abre a la certeza de que solo Dios puede perdonar. Esta convicción de fe recorre la Biblia, de principio a fin: Dios oye nuestros gritos en la noche.
La ideología dominante de la época en que se compuso el salmo llegó a poner en duda esta certeza central de la fe y alejó de Dios, su única esperanza, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, considerándolos como rechazados de Dios y, por tanto, justificando el rechazo de la sociedad; todo sufrimiento era un castigo: “Si sufren es porque han pecado”. Al falsificar la imagen de Dios, presentándola como castigo y amenaza, falsificaron también la imagen del ser humano, metiendo en su corazón el miedo a Dios y la desconfianza hacia todo lo humano. ¡Qué terrible cuando una nefasta manera de pensar lo religioso lleva a las personas a tener malas experiencias de Dios e ideas falsas acerca de la propia vida humana!
El salmista, anticipando la tarea purificadora de la imagen de Dios y, por tanto, de todo ser humano, que realizará Jesús, presenta la imagen de un Dios que no rompe el diálogo en las noches del ser humano, que no sabe hacer otra cosa que perdonar, que desea relacionarse con la persona en un clima de amor. Un Dios así, que perdona, genera respeto profundo, despierta admiración, hace nacer el asombro agradecido en el ser humano, provoca amor. El respeto no minimiza la realidad de nuestro pecado, sino que exalta la magnitud de la misericordia de Dios, que nunca mira con pesimismo al ser humano. Dios no excluye a nadie de su perdón ni de su amor; siempre está dispuesto a levantar la vida. En vísperas de la semana mayor que este salmo te sirva de oración para entender mejor la oración de Jesús desde la Cruz.