El tema del salmo 128 es en estilo sapiencial, se podría resumir de la siguiente manera: “Nada es posible sin Dios, todo es posible con Él”. La primera parte de este salmo, con las imágenes de la vid y el olivo, presenta un cuadro ideal. La vid representa la esposa, madre fecunda, rodeada de brotes de olivo, que son los hijos e hijas. El padre se siente satisfecho recogiendo los frutos de su trabajo. El salmo nos permite descubrir la riqueza interior de una vida israelita que sabe disfrutar de los sencillos goces de la vida familiar. La segunda parte, de tono más grave, hace alusión a la fórmula de bendición que se ensancha hacia el futuro de la familia y hacia el futuro de todo Israel a quien augura la paz, síntesis de todos los bienes.

Tenemos en este salmo un resumen encantador de sencillez y frescura. Es el cuadro de la “felicidad en familia”, de una familia modesta: allí se practica la piedad (la adoración religiosa… La observancia de las leyes…), el trabajo manual (aún para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal.

En el pueblo de Israel, era normal  pensar que el hombre “virtuoso” y “ justo” tenía que ser feliz, y ser recompensado aun en la tierra, con el éxito humano. A veces pensamos que esta clase de dicha es material y vulgar. Porque  fuimos formados quizá en un espiritualismo desencarnado, fuera de la realidad.

El pensamiento bíblico es más realista: afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo… ¿Por qué acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien no dar gracias, y desear a todos los hombres y mujeres  la misma felicidad? ¿Qué hacer para que las familias encuentren la felicidad? Adorar a Dios. Ir por el camino de Dios… El padre Teilhard de Chardin tiene un capítulo admirable sobre las reglas fundamentales de la “felicidad”, que resume en tres palabras: “ser”, “amar”, “adorar”. 

HACER. Para ser felices, primeramente, hay que reaccionar contra la tendencia al menor esfuerzo… El espíritu construye laboriosamente, más allá de la materia. Tal es el sentido del “trabajo”… AMAR. En segundo lugar para ser felices, hay que reaccionar contra el egoísmo que nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, a someter a los demás bajo nuestro dominio. El compartir es la felicidad de la “familia”. ADORAR. Para ser felices, hay que transferir el polo de nuestra existencia a Dios, para alcanzar la zona de las grandes alegrías estables… Discernir sobre la inmensidad de Dios y descubrir cómo nos atrae… Orientar el camino de nuestra vida familiar a la vida y voluntad de Dios: ¡adorar! a una totalidad organizada de la cual somos creaturas e hijos.

Ser, amar, adorar Tales son las fases de nuestra felicidad. ¿Te animas a ponerlas en práctica?

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