Iniciamos este domingo un nuevo ciclo litúrgico que nos ayudará durante este año a reflexionar sobre la progresiva revelación de Dios y su acción salvadora. Conmemoramos un presente de gracia siempre nueva. Y también esperamos ardientemente, como el pueblo de Israel la visita de nuestro Dios.
El mensaje del Adviento es también para nosotros, que esperamos la Venida del Señor. Ahora bien, tenemos una ventaja, sabemos que la espera ha tenido su cumplimiento en Jesucristo. Somos conscientes de que Dios se ha implicado en la vida concreta de la humanidad, representada por el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y por la comunidad de creyentes en el Nuevo Testamento. Sabemos que los acontecimientos históricos no son ajenos ni a la mirada de Dios ni a su manera de actuar, Por ellos, es preciso hacer un esfuerzo para enmarcar en el mensaje de Adviento no solo la esperanza de la venida del Mesías en el pueblo de Israel del Antiguo Testamento, sino en el hoy de nuestra historia en nuestro momento actual.
Hoy más que nunca urge la necesidad de descubrir que Dios ha dado respuesta a los anhelos más íntimo de la persona al enviarnos a su Hijo, Jesucristo. Y también es urgente tener presente de que en el convulso mundo que vivimos, en esta sociedad nuestra tan herida por el pecado, necesitamos reafirmar que la vida aflora en los deseos más nobles que anidan en el corazón de cada ser humano.
No debemos olvidar que si Dios continúa revelándose a sí mismo en el torbellino de la vida actual a través de su Espíritu, y si nosotros acogemos en la obediencia y la docilidad de la fe, su presencia, podremos encontrar los nuevos senderos que necesitamos. Porque; la confianza suscita la esperanza que nos llena de alegría y de amor.
Oremos al Señor, pidiéndole que nos ayude: Dios todopoderoso y eterno, te rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros, para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a Él.