Dice un autor contemporáneo: “Hay santos y santas que brillan por la heroicidad de sus virtudes, que han realizado obras extraordinarias, milagros incluso, o más bien hay que decir, hombres y mujeres en cuya pequeñez Dios ha realizado obras poderosas. Son cristianos extraordinarios, es decir, cristianos que se han tomado en serio su vida cristiana, con generosidad, con una coherencia impresionante, que son consecuentes con su fe a grados heroicos. Son personas que brillan con intensidad, dejando a su paso como una estela luminosa, ejerciendo una benéfica influencia en nuestras vidas que nos estimula a seguir su ejemplo.

También hay santos y santas, y en mucho mayor número, que sin ser menos santos pasan más desapercibidos. Son de aquellos que en lo escondido de una vida cotidiana siguen al Señor con amor, esforzándose en ser fieles en lo pequeño, en lo invisible a los ojos humanos pero visible a los de Dios. Son quienes una y otra vez podrán caer por su fragilidad, pero sin desalentarse se levantan nuevamente, vuelven al Señor y con Él a la batalla.

Son una multitud de hombres y mujeres desconocidos que día a día, en el encuentro con el Señor, se nutren de su amor, de ese amor que todo lo renueva, que es fuente de inspiración, de silenciosa entrega, de generosa donación, de servicio desinteresado, de amistad auténtica, de fidelidad a prueba de todo, de pronto perdón, de paz irradiante y gozo rebosante. Y es que «el amor a Cristo es el secreto de la santidad».

Los dos grupos se caracterizan por el hecho de que, con la gracia de Dios, labraron su santidad día a día. De esos santos estamos llamados a ser tú y yo: santos en la vida cotidiana”. ¿Te animas a intentarlo? ¿Te animas a imitarlos?

Recuerda lo que decía nuestro Beato Carlos Manuel que: “Ser santo es hacer lo que hay que hacer y hacerlo bien hecho”. Y no olvides que para ser santo o santa solo falta que te decidas. ¡Ánimo!

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