Compartiendo el Evangelio de este domingo con una mujer de fe en una de nuestras comunidades me hablaba de la importancia que tiene la interpretación y la aplicación que cada uno le puede dar a la palabra de Dios.

“Hay, decía esta sabia mujer, quien lo ha utilizado para defender que Dios hará justicia después de la muerte, dando a cada uno el premio o el castigo, por lo que haya hecho en esta vida. Y esto ha traído unas consecuencias que no tienen nada de qué ver con el Evangelio. Otros afirman que se ve claramente que Dios no quiere la injusticia ya desde esta vida y que nos llama a todos a una solidaridad humana.

Y hasta se han dicho verdaderas barbaridades, tales como que es bueno que haya pobres para que los ricos puedan hacer limosnas y compadecerse de ellos. O quienes piensan y dicen que las riquezas son una bendición de Dios y que la pobreza es un castigo y una maldición.

Desde luego el Dios que se nos ha manifestado en Jesús no es así ni actúa así. Dios busca la felicidad de todos y cada uno de sus hijos e hijas; no quiere que nadie pase necesidad y que haya bienes suficientes para todos por igual.

Nuestro Dios sufre con el que sufre y desde luego, no está a favor ni defiende al rico, que despilfarra sus bienes ni al poderoso que oprime injustamente. Se nos ha manifestado como el Dios solidario con los pobres y necesitados, ya en esta vida, sin esperar a después de la muerte. El Dios interesado y empeñado en nuestra felicidad aquí, en la tierra. El Dios que se siente feliz y dichoso, cuando ve a todos sus hijos e hijas satisfechos y disfrutando de paz y solidaridad.

El diálogo entre el rico y Abraham debe hacernos pensar: No esperemos que sea Dios en persona el que se nos aparezca y nos hable; ni esperemos algún milagro ni cosa extraordinaria en nuestra vida.

Dios nos está hablando e invitando continuamente a ser solidarios, a ayudar a los pobres y necesitados, a no despilfarrar nuestros bienes. Y lo hace precisamente a través de esos mismos pobres y necesitados que conocemos y con los que nos tropezamos en cualquier momento.

No esperemos milagros. El milagro de la solidaridad tenemos que hacerlo nosotros. Tenemos más de lo que necesitamos para vivir. En el mundo hay alimento suficiente para todos. Dios ya ha hecho el milagro de la naturaleza. Nos falta a nosotros hacer el milagro del reparto fraterno y solidario”. ¿Te animas a realizar el milagro?

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