Como cada año, al llegar a este momento del camino de esperanza esperanzadora al que nos convocó la Iglesia, la palabra es incisiva, pues ella nos quiere conducir a una definición de lo que somos con respecto a las enseñanzas que nos brinda este Adviento.
En un momento de grandes dificultades en la historia de nuestro pueblo, cuando los signos pueden llevarnos a la decepción, desesperanza, desánimo, en fin, a no avanzar en nuestro crecimiento como pueblo, esta celebración nos invita a vivir la alegría, a caminar con entusiasmo y a irradiarlos a los demás; porque la alegría no nace de los acontecimientos que vemos en el acontecer histórico de cada día, sino en la toma de conciencia de la respuesta de Dios a nosotros, que tanto nos amó que nace entre nosotros para salvarnos. Abramos nuestro corazón y pongamos empeño en este tercer domingo de Adviento.
En la Primera Lectura el profeta Sofonías nos lanza un grito de esperanza. Al igual que nosotros, que vivimos momentos de incertidumbre en torno a nuestra economía debilitada, el profeta vive momentos de incertidumbre ante los acontecimientos de los reyes que no supieron asumir su función y de desconocer qué les traería el nuevo rey Josías. Pero, pese a todo lo que vive el pueblo, el profeta lanza una convocatoria para asumir el camino con alegría: «El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás». No puede haber miedo si reconoces que en medio de ti está el que te creó y sigue amándote siempre.
El Salmo (himno) de Is. 12, evoca temas como: la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del «Santo de Israel», expresiones que indican tanto la grandeza de la «santidad» de Dios como su cercanía amorosa y activa con la que el pueblo de Israel puede contar. El autor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.
La Segunda Lectura consiste en una convocatoria que hace Pablo a la comunidad de Filipos: hay que vivir en alegría. Quien vive en la presencia de Dios, quienes se dejan iluminar con la luz del Señor, no pueden andar cabizbajos ni llenos de angustias. Sería contraproducente el que nos sintiéramos acompañados del que es el Salvador del mundo y nos manifestáramos al mundo como gente sin esperanza. El no hacerlo sería un sinsentido ya que si alguien tiene que estar alegres somos los cristianos que reconocemos que hemos sido acogidos por el amor grandioso de Dios: por eso hay que estar “alegres en el Señor”.
El Evangelio nos presenta la figura de Juan el Bautista. Su presencia en medio del pueblo es una de gran impacto, tanto es así que algunos piensan que él es el esperado de los tiempos, el Mesías. Comienza a responder lo que debe ser el proceso de transformación o conversión del pueblo: ¿Qué es lo que hay que hacer? Y este va concretizando a los que se acercan a él: 1. La gente, sin especificar su labor, ha de compartir; vivir la caridad con el necesitado. 2. A los publicanos, responsables de cobrar impuestos les recuerda ser justos en el ejercicio de su labor. 3. A los militares, que el poder no los lleve a maltratar y aprovecharse de aquellos a los que están llamados a proteger.
Y en un segundo momento pasa a responder a lo que era el pensamiento del pueblo y que ya señalamos: “todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías”. Su respuesta será que el que viene bautizará “con espíritu santo y fuego”. En el Antiguo Testamento espíritu y fuego son símbolos divinos, por eso se los aplica a la misión de Jesús. El que viene ya está; y no tengo derecho sobre Él. Por esta razón anunciaba Juan esta buena noticia con entrega y convicción: él presentaba al esperado de los tiempos.
Hoy, con la misma urgencia hemos de retomar el camino del anuncio gozoso por el que hacemos este camino. Nos preparamos para celebrar que Dios quiso hacer su casa en medio de nosotros. Un gozo que tiene que superar las dificultades del camino, que tiene que iluminarlo. Solo así viviremos la auténtica alegría que nace del que vino, viene y vendrá. Por eso los invito a cambiar la actitud; dejemos a un lado las dificultades, pues siempre estarán ahí: hoy serán unas y mañana otras, pero lo verdaderamente importante es que dentro de todas esas dificultades siempre estará el Señor acompañándonos.