Supongo que más de uno de mis lectores exclamará al ver el título de este artículo: ¿Qué nos querrá decir el P. José con este título tan extraño al contenido de la palabra

“Catequesis”? Sigan leyendo, queridos lectores y verán que el tiempo tiene algo que ver con nuestra santificación.

Dos clases de tiempo

La palabra tiempo tiene dos principales acepciones: atmosférico, como cuando decimos: “Este tiempo es insoportable: tengo los pies totalmente helados. ¡Ojalá lloviera todos los días!”.

La otra se refiere a la duración entre un suceso y otro. Así decimos: “Ayer me costó llegar a San Juan desde Humacao una hora en sólo cincuenta”.

Valor del tiempo

Para unos, el tiempo no vale mucho y, así, no lo aprovechan; para otros, el tiempo es oro. Para el creyente, el tiempo es un generoso don  de Dios para que lo utilicemos en aprender a conocerle, servirle con entusiasmo, amarle de todo corazón, y al prójimo como a nosotros mismos.

El tiempo, don de Dios

Dejando aparte otras consideraciones, voy a referirme al tiempo como un gran regalo de Dios, que dura desde que nacemos hasta el momento de expirar. El uso que hagamos del mismo puede llevarnos al cielo o al infierno.

Nacemos como los animalitos que no saben leer ni escribir ni contar. Físicamente, empero, nos asemejamos a ellos desde el nacimiento hasta la muerte.

Es en lo espiritual en lo que nos diferenciamos esencialmente toda la vida. Mientras los animales nunca saben distinguir entro lo bueno y lo malo, el hombre lo descubre hacia los siete años. Su memoria, entendimiento y voluntad, diferentes en todo hombre y mujer, se desarrollan más o menos armónicamente; y, al llegar a su plenitud, los que más las han trabajado han inventado aparatos y herramientas impensables en épocas anteriores. Esto ha sido posible porque el hombre, a diferencia de los animales, puede pasar a sus descendientes las conquistas por él alcanzadas.

Aprovechemos bien el tiempo

El deber de todo ser humano es aprovechar bien el tiempo en conocer lo mejor posible a Dios y sus obras; a crecer más y más en su amor y al del prójimo; y en servirle con entusiasmo.

Hemos de comenzar por querer conocer a Dios y a su creación cuanto nos sea posible. Podemos hacerlo, además de por la fe recibida en el bautismo, por la observación, la lectura, la meditación y estudio asiduo.

Si somos bien nacidos y nuestro corazón no está sumido en los vicios, cuanto más le conozcamos tanto más lo amaremos a Él y al prójimo.
Si este amor es puro, necesariamente nos empeñaremos en servir a Dios en todo y en cuanto podamos, buscando siempre su mayor Gloria y bien de sus hijos, los hombres y mujeres.

Y para conocerle, amarle y servirle, necesitamos TIEMPO; TIEMPO QUE ÉL NOS DA CON GENEROSIDAD: 10, 30, 60 Y HASTA 100 Años Y MÁS, como a mí, que los cumplí el 23 de mayo último.

¡GRACIAS, SEÑOR; GRACIAS!

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